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No hay que buscar: te encuentran

Quiero subrayar, a propósito del título, que está en nuestra mano el evitar esa angustia que puede atenazarnos cuando le damos vueltas al asunto sin hallar respuesta que nos satisfaga. Y supongo que habrá quien enarque las cejas arguyendo que la investigación, los avances en el conocimiento, han sido posibles merced, precisamente, a un empecinamiento incluso obsesivo por acosar al interrogante hasta que cante. Así pues, necesitaré de la columna entera para justificar mi hipótesis.

El caso es que, planteada la cuestión que sea, bastará con que nos ocupe, sin llegar a preocuparnos al extremo de restarnos perspectiva. En las elecciones que podrían avecinarse, ¿ganarían unos o la coalición de otros? ¿Engañarnos, es el objetivo o una consecuencia? ¿Podrá costear el Estado los novedosos tratamientos médicos? Pues lo sabremos si realmente nos interesa. Sin prisas y sin pausas quiero decir porque, de importarnos el tema, al plantearnos una problemática incluso brumosa (la DIU catalana€), el tiempo se aliará con nosotros y en mucho de lo que oigamos o leamos hallaremos pistas, similitudes, paralelismos o alternativas que acabarán por dibujar respuestas plausibles. Sólo es preciso armarse de paciencia, sin desfallecer.

Y evitar distraerse con mil y una historias, claro está. La paciencia no prospera si nos vamos por los cerros de Úbeda con excesiva frecuencia. Además, recuerden lo que le sucedió a uno de los siete sabios de Grecia: dio con sus huesos en un pozo por andar mirando las estrellas, de modo que convendrá estar a la que salta, aunque sin obcecarse y prestos también al disfrute de haber oportunidad. Porque la impaciencia es uno de los pecados capitales, afirmaba Kafka y creo que llevaba razón. Por lo demás, cualquier conflicto, cualquier dilema, lleva su final incorporado; es aquello de que, si el problema tiene solución, ¿a qué apurarse? Y si no la tiene, tres cuartos de lo mismo, con el añadido de que, resuelta la duda, surgirá la siguiente y volveremos a estar en las mismas, por lo que, también por acorazarnos contra la neurosis, tengamos la fiesta en paz mientras conquistamos "La espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres".

De requerir más pruebas sobre la bondad de sentarse a la puerta en espera del cadáver del enemigo (en este caso la solución, no fuesen a pensar mal), sabrán eso de que, tirando las letras al aire un número suficiente de veces, alguna vez terminarán por escribir El Quijote. O el último de Perico de los Palotes, si prefieren. Cuestión de paciencia, ya digo, que no de milagro; esa ardiente paciencia que citaba Rimbaud a propósito de "La espléndida ciudad€". A mayor abundamiento, alguien aseguró que sólo se oyen las preguntas a las que uno está en condiciones de responder y, desde esa premisa, no hay motivo de inquietud. Si se están ustedes comiendo el coco, tengan por seguro que podrán contestarse porque, en otro caso, no se habrían preguntado. Otra cosa es que prefieran mirar hacia otro lado, y es que, a veces, la verdad no gusta.

Pero hay más: la impaciencia de la búsqueda se modifica con la edad, que también lleva aparejada otras sorpresas. A medida que envejecemos, también aceptamos que las dudas se estiren. Y aprendemos a convivir con la certidumbre de que, en ocasiones, es conveniente no hurgar en exceso para no verse obligado a enfrentarse con la respuesta (la desagradable verdad que decía) o la evidencia de que no hay novedad bajo el sol y, finalmente (J. Ramón Jiménez), todas las rosas son la misma rosa. Es lo que me ha sucedido al seguir el que llaman "proceso soberanista" y preguntarme sobre su porqué. Prefiero, llegados aquí, relegar las identidades al sótano, aunque los seguidores de las mismas asomen las orejas, unos y otros, y recuperen la calle, como antaño, para su exclusivo uso. Y ya te han encontrado sin buscarlos.

Igual sucede con antiguos amigos y conocidos. Alguna que otra vez se piensa en alguien con nostalgia y, de repente, sin que supieras ni te hubieses planteado dónde buscarlo, ¡zas!: aparece. También, a medida que los años pasan, ocurren las inquietantes apariciones con mayor frecuencia; esa cara conocida que no terminas de adscribir a un nombre o situación mientras disimulas, palmeas y muestras alegría en espera de cualquier pista que lo identifique. Te ha encontrado y tú has topado con el pasado que abandonaste. O es él quien te recupera.

? Por todo ello, tranquilidad; prestos los sentidos, las neuronas que queden y la cortina se descorrerá. Quizá cuando menos lo esperemos. Se trata simplemente de estar atentos a las señales y cuidar de hacer callo a la par que volvemos a esto o aquello. Porque tras despejarse la incógnita, sea el nombre de algún viejo conocido o los planes de quienes prometen un mundo mejor, no siempre quedaremos satisfechos. Hay veces que, incluso sin buscar, te encuentran las certezas y maldita la hora. O bendita inocencia, de poder elegir.

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