La pregunta que me han planteado con mayor avidez en los últimos diez días es "¿tú crees que hay un riesgo real de un atentado de Isis en Mallorca?" No tengo ni idea sobre la respuesta, pero un periodista no está autorizado a esgrimir esta excusa banal. Así que embauco a mis interlocutores mediante una parábola, como en los textos sagrados:
-Si tú fueras terrorista islámico, y perdón por la etiqueta, ¿atentarías en Londres dada su repercusión planetaria?
-Dios me libre, aunque quizás cito a la deidad equivocada, pero claro que golpearía a un núcleo de tanta relevancia.
-¿Y atacarías también a París?
-Claro, Trump no quería cenar en el restaurante de Ducasse en la torre Eiffel por el miedo a un atentado.
-¿Y podrías resistirte, en tu papel ficticio de yihadista, a golpear Berlín?
-Hombre, pues no, pero por motivos mayormente estéticos. O antiestéticos.
-¿Y omitirías a Barcelona, objeto del deseo planetario?
-(Aquí mis interlocutores españolistas cargan contra Barcelona por su papel de capital secesionista, en tanto que los nacionalistas odian a la ciudad por su impermeabilidad al independentismo de la Cataluña profunda. Con esta salvedad, coinciden en el tratamiento). Ningún yihadista descuidaría a Barcelona en su lista.
Mi interlocutor ya está envalentonado y metido en su papel destructor, de modo que le asesto el interrogante fundamental:
-Si fueras un estratega del terror, ¿podrías dejar a Mallorca fuera de esa relación de geografías simbólicas?
-Por supuesto que no, pero mucho antes golpearía en Ibiza.
Y aquí viene mi indocta respuesta. Lo anterior no sirve de indicador del riesgo, sino del ansia que suscita la isla donde vivimos a escala planetaria. Dicho de otra manera, en toda España no hay un bocado más apetecible para los terroristas islámicos que Mallorca. Bueno, hay uno, que se llama Ibiza. Y querría seguir muy equivocado.
