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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

La política es maravillosa

Ronaldo declaró la semana pasada que "a la gente le molesta mi brillo, los insectos atacan a las lámparas que brillan...

Ronaldo declaró la semana pasada que "a la gente le molesta mi brillo, los insectos atacan a las lámparas que brillan." No puedo estar más en desacuerdo. La gente adora el brillo. Todo lo que brilla seduce al observador humano. Un ejemplo son las piedras preciosas. Santayana escribió que son preciosas porque, entre todos los objetos de este mundo de muerte perpetua, parecen ser lo más cercano a la permanencia absoluta. A su vez, Plotino afirmó "en el mundo inteligible, que es el mundo de las ideas platónicas, todo brilla; consecuentemente, la cosa más hermosa de nuestro mundo es el fuego". El brillo nos recuerda a algo que ya existe en nuestra mente, algo preternatural. En primer lugar Ronaldo tilda a sus críticos, despreciativamente, como insectos; en segundo lugar dice que atacan a lo que brilla, él. No es cierto, no atacan al brillo, se sienten atraídos fatalmente por él. Es cierto que Ronaldo tiene ráfagas de brillo deslumbrante; pero acompañadas de gestos, chillidos y exposición de tabletas musculares, propios de alguien sumamente envanecido y hortera, que avergüenzan y oscurecen su brillo. Su personalidad no está a la altura de su excelencia deportiva; de ahí sus problemas con la opinión pública.

En la política lo que ocurre es que los gestos, chillidos y tabletas musculares extemporáneas no van acompañadas por ningún gesto de brillantez de sus protagonistas. De ahí que la representación sea claramente más decepcionante que la de Ronaldo; y se deriva de ello un pesimismo estructural que no se compadece con la descarga de endorfinas que de vez en cuando brinda la belleza deslumbrante de una gesta deportiva. Una muestra reciente son las declaraciones de Rafael Hernando, que el martes anunció que recurrir al artículo 155 de la Constitución para enfrentar el desafío separatista "en estos momentos" ya no resolvería la situación, tanto por razones de tiempo como de tipo jurídico. Hernando entiende que hay medidas "más oportunas y realistas"; que está en manos de los tribunales responder al incumplimiento de la ley o decidir si se cometen delitos como el de sedición, una sublevación contra el orden jurídico. Según el PP acudir al artículo 155 equivaldría a alimentar el victimismo.

Pero lo que se destila detrás de estas declaraciones es cobardía para afrontar políticamente un reto político y cobijarse tras de los tribunales. Yo no sé si lo más pertinente era acudir o no al artículo 155. Lo que, de entrada, no me parece de recibo es la argumentación de que al precisar el recurso al artículo 155 de un plazo mínimo de dos meses debido al obligado itinerario de hacer un nuevo requerimiento a Puigdemont, luego hacer una propuesta al Senado con medidas concretas, trasladarlas a la Comisión de Comunidades autónomas, dar un plazo para alegaciones y presentar una propuesta a votación en el pleno de la Cámara Alta, ya no se está a tiempo para desactivar el 1 de octubre. Las preguntas que inmediatamente se generan son: ¿por qué no se ha acometido entonces antes?, ¿por qué no era una medida oportuna?, si no lo era hasta ahora, ¿cuándo lo podría haber sido?, ¿por qué alimenta el victimismo la aplicación del artículo 155 y no lo alimentaba la recogida de firmas del PP contra el estatut?, ¿por qué no alimentaba el victimismo que se suprimieran artículos del Estatut que fueron incorporados con el voto del PP en los estatutos de Andalucía y Comunidad Valenciana?, ¿por qué nos toman el pelo sin ningún recato?

Una muestra de lo maravillosa que puede ser la política nos la ofrece El País en su crónica política de Balears al titular la audiencia del rey al presidente del Parlament, "Balti, un soplo de aire fresco", al aludir a la vestimenta del president, un extraño conjunto de vaqueros, camiseta negra y americana clara, remachado por unas zapatillas deportivas. Nada tengo contra la extravagancia en el vestir, pero cuando choca voluntariamente contra la más pequeña noción de protocolo que, como se sabe, es norma para evitar conflictos, sugiere gusto por hacerse notar, narcisismo; también busca escenificar la diferencia respecto al poder institucional, lo cual no deja de ser una enorme contradicción cuando se representa a una institución. Es un misterio a indagar el que la presencia ligeramente punk de una propuesta política tan rancia y diacrónica con su tiempo como la representada por los adoradores de Anguita, la III Internacional y el centralismo democrático pueda ser presentada por el llamado periodismo liberal como "un soplo de aire fresco".

Aina Calvo concedió el domingo una entrevista en la que se expresó de forma correcta, política y autobenevolente sobre su experiencia política. Tengo sincero afecto por una persona que en su carrera en el espacio público ha demostrado con creces ser honesta, cercana, inteligente, y con una capacidad de empatía con los ciudadanos fuera de lo corriente. Y es un afecto que creo que es compartido por muchos. Más aún cuando ha tenido que enfrentarse a una grave enfermedad; y lo ha hecho con una valentía y serenidad ejemplares, hablando sin eufemismos, con naturalidad y públicamente de ella, contribuyendo de forma notable a la lucha contra la estigmatización producida por la palabra cáncer. Tan solo me siento incómodo con el superlativo guay (¡esos adjetivos!) que emplea aludiendo a su etapa política en la alcaldía de Palma, "maravillosa".

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