El cómputo riguroso de las víctimas de tráfico, contabilizando no sólo los fallecimientos en el acto, arroja un saldo preocupante correspondiente a 2016: el número de muertos ha subido a 1.810, un 7% más que el año anterior . En 2013 se obtuvo el mínimo histórico, con 1.688 muertes, después de un prolongado esfuerzo que rebajó la cantidad desde una situación intolerable de varios millares de muertos al año al término del pasado milenio, y desde entonces el total no ha dejado de subir. Lo que indica que empiezan a fallar los mecanismos de precaución que se habían adoptado y que por tanto es necesario aplicar más recursos a la lucha contra la siniestralidad.
Es cierto que al remitir la crisis ha aumentado el número de viajes y de vehículos, pero esta explicación no es suficiente porque con la bonanza se han renovado también más automóviles, lo que contribuye a la seguridad. De forma que hay que intensificar todos los frentes de lucha.
Por una parte, hay lagunas en la educación vial, y se debería imponer un sistema de reválidas periódicas que obligaran a los conductores a mejorar su aprendizaje teórico (nuevas señales, nuevas reglas). Por otra parte, ha habido una caída brutal en los presupuestos para conservación y mejora de las vías -trazado, firme y señalización-, por lo que debería prestarse de nuevo atención al problema. Finalmente, hay que acelerar la renovación del parque móvil, que sigue siendo de los más obsoletos de Europa. Todo ello, unido a un mayor rigor en la aplicación de las medidas existentes, volverá a llevarnos por el buen camino.
