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José Carlos Llop

Dos hombres que se van

Daniel Day-Lewis ha dicho que se retira definitivamente del cine. Ya se retiró una vez y se marchó a Florencia a aprender el oficio de zapatero. Daniel Day-Lewis de zapatero y Harrison Ford de carpintero: debe de haber alguna relación entre actores y oficios artesanales. Pero sigo con Daniel Day-Lewis, el hijo del poeta Cecil Day-Lewis, uno de los Angry man, otro irlandés que se marchó a vivir a Inglaterra escapando de la asfixia que Yeats -pronunciar yeits, no yits como hacen tantos- supo soslayar. En una de sus películas - En el nombre del padre- Daniel Day-Lewis también escapa a Londres a vivir y en el bar del puerto, antes de subir al barco, pone en la sinfonola Like a rolling stone, de Bob Dylan, que volverá a aparecer después. Al personaje de Daniel Day-Lewis -que fue real-, estando ya en Londres, acaba pillándole Irlanda de nuevo y los pecados del IRA y la policía y los jueces -la ceguera ahí anidada cuando el poder se desata- y acaba en la cárcel, injustamente, durante años. A los que les ocurrió de verdad todo aquello, los vimos salir de la prisión, al cabo de mucho tiempo, y jamás podremos olvidar esa escena y el dolor intuido que había tras ella. Y no era cine.

Pero Daniel Day-Lewis ha sido otros personajes más felices -o melancólicos, pero no tan desgarrados como ese-. Fue Haykeye en El último mohicano y las enamoró a todas y las vuelve a enamorar cada vez que aparece corriendo en televisión con el fusil en bandolera y el tomahawk en la mano, por tiempo -mucho ya- que haya pasado. Fue Tomas en La insoportable levedad del ser, el joven y seductor médico checo, cuya estela erótica tanto contribuyó a que ellas leyeran el libro de Kundera en toda Europa. Y fue el elegante Newland Archer, el hombre que amaba a dos mujeres, en la maravillosa película de Scorsese, La edad de la inocencia (nunca Edith Wharton sospechó que la reflejarían tan fielmente), donde las formas y el dominio de los sentimientos construyen el mundo. Fue más cosas: poeta irlandés como su padre en Mi pie izquierdo, punk gay en Mi hermosa lavandería, el malvado sádico William Cutting en Gangs of New York -donde perdió a varios miles de admiradoras- y un Lincoln raro como raro debía de ser el presidente Lincoln. Casi tanto como su personaje de Cecil Vyse en Una habitación con vistas, la adaptación de la novela de E.M. Forster. Ahora se va con tres Oscar en su equipaje y si uno repasa su trayectoria casi todo es literatura: Daniel Day-Lewis es un hombre empapado en literatura que ha hecho el trayecto inverso al de su padre: nacido en Londres, ha acabado nacionalizándose irlandés. Optó, en fin, por Yeats. Ahí -en sus papeles cinematográficos- están Fenimore Cooper, Milan Kundera, Edith Wharton, Christy Brown, Hanif Kureishi, E.M. Forster... Y ahora que se va, vuelvo a verlo con su larga chaqueta de piel de borrego, introduciendo la moneda en la sinfonola del puerto, mientras estallan los primeros acordes de Like a rolling stone, tan eléctricos y eternos, y su personaje todavía desconoce que su vida no va a ser la que esperaba, sino mucho más cruel. Ya he dicho que Bob Dylan -el último premio Nobel de Literatura- volvería a aparecer.

Dylan, que hace pocos días entregó su discurso de aceptación del Nobel y en él habla de Moby Dick, de Sin novedad en el frente y de La odisea. Los tres libros que explican su mundo: Herman Melville y sus alusiones al Antiguo Testamento; el horror y la crueldad a través de la guerra moderna; y el viaje, metáfora de la vida y todas sus derivas. Dylan, que rápidamente ha sido acusado de haber usado no sé qué página de internet para contar los argumentos de alguna de esas obras. Dylan que comienza su discurso hablando agradecido de Buddy Holly, pero nada dice de Woody Guthrie, de quien tanto aprendió también y que tanto ha representado en su música.

Dylan también se va. Dylan siempre se va y desaparece, pero siempre regresa: con un disco nuevo o un par de conciertos en lugares insospechados o raros. Bob Dylan como trasunto del judío errante: "su maldición es vagar para siempre", dice Dylan de Ulises. Bob Dylan se esconde y luego resurge para esfumarse de nuevo y esta ha sido y es su vida: una vida, también, empapada de literatura. De la Biblia y La odisea a John Donne y los poetas de la Beat Generation, pasando por El Quijote o la Historia de dos ciudades de Charles Dickens. Sin olvidar otros personajes literarios a los que también se refirió en su discurso: Ivanhoe, Robinson Crusoe o Gulliver. Todo eso está en los cimientos de su música y si digo música es porque ésta es inseparable de sus letras y Ulises "es un hombre viajero, pero está haciendo demasiadas escalas" (Dylan dixit de nuevo).

Daniel Day-Lewis tiene algo de Dylan. Todos los de la generación de Daniel Day-Lewis hemos heredado algo de Dylan y ese algo siempre es un bien preciado, lo sepamos o no. No hubiéramos sido los mismos de no existir él. Pero si junto a uno y a otro aquí es porque ambos saben lo que quiere decir "mi nombre es nadie" y ambos conocen el error de Aquiles, cambiando una larga vida de paz y alegría por otra corta llena de honor y de gloria. "Yo no soy Bob Dylan -ha dicho Dylan alguna vez-; yo no vivo todo el tiempo como Bob Dylan". Y Daniel Day-Lewis se despidió de Isabelle Adjani por fax y del mundo en Florencia, aprendiendo a hacer zapatos. Ahora ha vuelto a hacer algo parecido. Ambos, repito, conocen el error de Aquiles: "Acabo de morir, eso es todo: no hay honor, ni inmortalidad". Por eso desaparecen, aunque luego regresen.

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