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José Carlos Llop

Muerte socialmente

En las alegaciones finales -o cómo se llamen- del juicio del Caso Palau, la hija de uno de sus principales encausados -y encausada ella misma- ha contado un rosario de penalidades padecidas que, supongo, no esperaba nunca que le ocurrieran a ella en la vida. Todas causadas por actos justicieros -que no justos- cometidos por seres anónimos o grupos de lo que hace décadas se llamaba 'el populacho'. Desde gritos e insultos a distintos desahogos orgánicos ante su puerta. Cuando la agitación y tensión sociales se combinan con una crisis económica de larga duración, surgen personas que olvidan su condición de tales y muestran su tendencia animal convencidos de que la razón, la ley y la ética -ya no me atrevo a llamarla moral- están de su parte. Por irracionales y amorales que sean y de la ley no sepan ni quieran saber nada. Los casos extremos ocurren en las revueltas violentas, las revoluciones y las guerras. Recuerden las cíclicas imágenes de hinduistas apaleando a musulmanes y al revés. Un pueblo pacífico -o al menos aparentemente pacífico- puede convertirse de la noche a la mañana en una orgía de sangre. Y de la calle suelen adueñarse siempre los peores. Pero volvamos atrás. Volvamos a la encausada.

La expulsaron de distintos pisos adonde quiso ir a vivir. Le boicotearon su negocio. La insultaron en bares y restaurantes. Le ensuciaron la puerta de su tienda€ En fin, toda una ristra de hostilidades que por un lado dan una falsa apariencia de moralidad pública y por otro, se hubiera podido ahorrar si su familia no hubiera participado -en la manera que lo hiciera- en el saqueo del Palau de la Música. Porque existen vasos comunicantes entre las conductas de unos y las reacciones de los otros, siempre los hay. Pero lo que más le dañó a esa mujer -si hay que hacer caso a la crónica periodística- fue que otra mujer le gritara ´estás muerta socialmente´. O ´socialmente estás muerta´, ya no recuerdo. Ahí detuve, estupefacto, mi lectura.

Socialmente muerta? De repente me encontré en otro tiempo que no veo por ninguna parte por mucho que mire. En una sociedad -hipócrita como suele serlo la convivencia social- donde los valores todavía existían y la vergüenza -incluso el honor dañado- suponían un desprestigio y el cierre de todas las puertas. Una sociedad donde los que rompían sus reglas se escondían si eran pillados con las manos en la masa. Por supuesto, no era la sociedad donde vivimos -ahora se pasean ufanos e incluso chulos- y dudo mucho que sea la sociedad donde vive la encausada. Pero la expresión 'socialmente muerta' era, si me apuran, enternecedora. Y su dolor consiguiente, también. ¿En qué sociedad vivía? ¿Dónde está la sociedad de la que hablaba su agresiva interlocutora? ¿Dónde la sociedad en que la encausada creía y por eso tanto la ofendían y dañaban aquellas palabras que la excluían para siempre? ¿Cuál es esa sociedad? ¿Dónde se esconde? ¿Qué ejemplo da?

Antes existía el escándalo y ahora con toda la palabrería posmoderna -que desde la pedagogía a la psicología social, pasando por la política iletrada, nombra cada cosa con dos o tres palabras, cuando con una sola (que además está en el diccionario) bastaba- se le llama alarma social. ¿Realmente nos creemos que eso de la alarma social existe? ¿O sólo existe cuando nos empeñamos voluntariosamente en que exista? Los pilares que sostienen la sociedad donde la encausada del Palau quería vivir -o creía hacerlo- ¿existen también, o son cadáveres putrefactos que detectamos por el olor y las moscas que los circundan? ¿Le preocupa verdaderamente a alguien hoy en día estar muerto socialmente? ¿De verdad existen los muertos sociales? ¿No somos todos muertos sociales porque la sociedad donde crecimos ya ha desaparecido, y sobre todo porque nos creemos estar vivos mientras vemos que los muertos pasean a nuestro alrededor?

Y lo que es peor: una sociedad que roba ¿está sana o está gangrenada? Porque de eso trataba, si no recuerdo mal, el Caso Palau. De una clase dirigente -y perdón por la expresión- que consideró que Catalunya -nacionalista o no nacionalista- era su coto vedado. Es más: ¿no hacían sus más altos símbolos lo mismo? Por eso, precisamente, el Caso Palau se ha convertido en una metáfora de las distintas putrefacciones del poder cuando el poder es excesivamente cercano. Sea en Barcelona, en Madrid, en Palma, o en Marbella. Quizá Los otros, de Amenábar, no era más que una película visionaria. Y ahí estamos: con sutilidades sobre la muerte social.

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