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Antonio Papell

Podemos-PSOE: tan cerca y tan lejos

Las interpelaciones entre Pablo Iglesias y José Luis Ábalos en el curso de la fallida moción de censura presentada por Unidos Podemos han sido calificadas como "de guante blanco" por algunos analistas. Iglesias ya había reconocido "algunos errores" propios en sus anteriores intervenciones, que pudieron interpretarse como un cierto arrepentimiento por no haber aceptado la candidatura a la presidencia de Sánchez después del 20D, y en su mano a mano con el nuevo portavoz socialista -un personaje templado que parece estar en perfecta sintonía con Sánchez- dio muestras de una voluntad de aproximación, a pesar de que como es lógico Ábalos le recordó con crudeza el episodio: "Hubo una gran oportunidad para echar al señor Rajoy y lograr un gobierno progresista en este país. Sucedió en el mes de marzo del año pasado. Entonces sí daban los números. Pero Podemos decidió sumar sus votos a los del PP y frustrar la investidura de un presidente socialista. Entonces había posibilidad de cambio, y se frustró. No pongan más excusas".

En aquella ocasión, el oportunista Iglesias no buscaba la regeneración democrática, ni siquiera un cambio de gobierno de signo progresista: su máxima y única obsesión consistía en convertirse en líder de la izquierda. Después del gran fracaso que le impidió "asaltar los cielos" el 20D de 2015 como pretendía con arrogancia porque en vez de ganar las elecciones quedó en tercer lugar, lo importante para él era al menos conseguir el sorpasso, sobrepasar a los socialistas y pasar a ser líder de la oposición. Por esto, en vez de promover el cambio, un gobierno nuevo de coalición entre PSOE y Ciudadanos secundado por él mismo, provocó nuevas elecciones. Y para garantizarse la segunda plaza pactó con Izquierda Unida, sin ver -su categoría como politólogo quedó para el arrastre- que aquella alianza sería contraproducente, que molestaría tanto a electores de IU como de Podemos, que le confinaría en el nicho de la extrema izquierda. Y como algunos habíamos previsto, Unidos Podemos obtuvo el 26J un millón de votos menos que IU y Podemos el 20D.

Ahora, Iglesias está en mala situación, pese a la algarada efímera de la moción de censura. Su partido está fracturado, y el ostracismo de su ala más moderada y presentable le confina todavía más en la extrema izquierda. El PSOE, que parecía en insoluble crisis, la ha resuelto con inesperada soltura, de forma que con facilidad ocupará todo el hemisferio izquierdo con un bagaje tan progresista como posibilista, en franca competencia con un Unidos Podemos a la baja y lastrado por las reconocibles utopías de siempre. Y finalmente, la clientela natural de Podemos, la de los ciudadanos parados y cabreados que renegaban con razón del sistema por su incapacidad para integrarlos, está reduciéndose con rapidez porque, como es evidente, cada vez hay menos parados y más gente integrada.

En estas circunstancias, Iglesias es cada vez más consciente de que no hay futuro para él ni para su partido que no pase por el PSOE. Lo que no está tan claro es que al PSOE le pueda interesar la familiaridad con Podemos. La única vez que la izquierda y la extrema izquierda, el PSOE e IU, fueron juntos a las elecciones, en el 2000, el resultado fue catastrófico. Y además, de los proyectos programáticos que se han desgranado no se desprenden demasiadas afinidades. Muchas de las tesis socioeconómicas de Podemos no caben en Europa, por más que sus expertos económicos -el postergado Nacho Álvarez o el diputado malagueño Alberto Montero- traten de anclarse a Bruselas y a la realidad de las cosas. Y las mayorías a que legítimamente aspira el PSOE (ya las tuvo hasta hace poco) no habitan en los territorios fronterizos con Podemos y sus llamadas confluencias. En definitiva, el tono educado con que ahora se tratan PSOE y Podemos no significa ni mucho menos que exista de momento una posibilidad de aproximación. Entre otras razones porque Iglesias quiere ser líder y el PSOE, partido de gobierno.

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