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Expectativas

Una revista de las llamadas "femeninas" afirma que se puede tener cuarenta años y estar estupenda; en Google aparecen bastantes variaciones contemporáneas del mismo tema. Lo anacrónico del enfoque, rancio como un anuncio de los setenta (oh, aquel lema que, para ensalzar una lavadora, aseguraba que hasta una mujer podía ponerla en marcha), hace pensar en un término de moda, el "micromachismo". ¿Micromachismo? Más bien machismo puro y duro, el de siempre, el clásico, desconfíe de las imitaciones. Porque, ¿alguien se imagina el titular "Los cuarenta son los nuevos treinta: cuarentones estupendos"?. Para empezar, y dado que las cuarentonas en cuestión son estrellas del mundo del espectáculo, el mensaje subliminal apunta a la rareza del estupendismo a pie de calle. La idea se acentúa cuando, cubriéndose las espaldas, el reportaje apela a la genética como primera causa de la rozagancia, seguida por la cosmética y la cirugía. El premio Nobel para las redactoras. Además, ¿es que el fenómeno sólo se da en mujeres? Quizá sea que, en nuestra época avanzada e igualitaria donde sólo hay lugar para lo micro, perdura un principio muy simple ( Back to Basics), el eterno fondo de armario (y ríanse de la petite robe noire): los niños -estupendos- tienen sus revistas, y las niñas -estupendas- las suyas. Igualito que en el siglo XIX, iPhones aparte.

Que la mujer haya trascendido el papel de florero no queda nada claro, ni en nuestro país ni en casi ningún sitio. Bastaba con ver el otro día al representante de Aeroflot defender la norma de que las azafatas de su compañía sean, exclusivamente, jóvenes y guapísimas. El argumento estético, viva la paradoja, lo defendía un individuo cuyo físico distaba una enormidad del canon, digamos, caucásico. Si la diferencia estriba en estar cara al público o no, la rueda de prensa en que el susodicho portavoz intentaba explicar lo inexplicable no sólo contaba con público, sino que acabó siendo material de telediario en medio mundo. Y que me apliquen el polígrafo si quieren pero, para ser coherente, el caballero debería haber hablado desde detrás de un biombo. O, mejor aún: haber abandonado hace años Aeroflot para meterse a eremita.

Dejando el lema belleza-y-tersura-obligatoria-para-la mujer, en algunas cuestiones sí se registran novedades. Últimamente el campo de la publicidad televisiva se ha apuntado un par de tantos. El primero, con ese anuncio donde unos siniestros niños miran a sus padres con gesto torvo (y cavan fosas en el jardín y hojean folletos de residencias geriátricas) hasta que éstos les ponen por delante unas salchichas de determinada marca; yo sólo añadiría un par de planos con la madre de Norman Bates, para dar color. El otro: el happening bailongo y cantarín que dirigen los empleados de una funeraria, instándonos a un alegre carpe diem temático sobre el eje de comer plátanos. Esto sí que es un avance de la realidad cotidiana, y no lo del útero artificial para terminar de madurar fetos.

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