Leemos en la prensa que el imperio golfista de Donald Trump no deja de crecer en todo el mundo, incluidas las monarquías árabes del Golfo. Así va a inaugurarse próximamente un nuevo campo de golf que lleva su apellido y se sumará a la treintena que el promotor convertido en presidente de EE UU tiene ya en el emirato de Dubái. Fiel a su insufrible estilo hiperbólico, Trump asegura que "va a ser un campo de golf a nivel mundial, que excederá todas las expectativas; no habrá nada igual en toda la región". Mientras trata de prohibir caprichosamente la entrada a su país a los ciudadanos de siete países de mayoría musulmana con el pretexto de que son exportadores potenciales de terroristas, Trump no parece hacerles a los ascos a otros árabes.
El suyo es un antisemitismo selectivo, que le recuerda a uno el de un famoso alcalde de Viena llamado Karl Lueger (1844-1910), a quien Adolf Hitler calificó como "el burgomaestre más genial que ha vivido nunca entre nosotros". Fundador en 1893 del partido cristianosocial, Lueger fue a finales del siglo XIX y comienzos del XX un popularísimo alcalde de la entonces capital del imperio austrohúngaro, a cuyo esplendor contribuyó con importantes obras de infraestructura.
De retórica ofensiva e incendiaria, Lueger tuvo la habilidad de enfrentar a unas minorías con otras: por ejemplo, a la de Bohemia, mayormente católica y proletaria, con la judía, integrada por comerciantes y miembros de profesiones liberales fundamentalmente. Pese a su rabioso antijudaísmo, el católico Lueger se jactaba de tener amigos de religión hebrea y es famosa su afirmación según la cual sólo él decidía quién era judío o no.
Es lo mismo que le pasa a Trump con los árabes. Sólo él decide quién, en función de sus intereses, es digno de entrar o no en Estados Unidos.