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El efecto mariposa

engo para mí que a cada uno de nosotros nos corresponde una parte alícuota, no sé si grande o pequeña, de lo que ocurre a nuestro alrededor; seamos sensatos, a nadie, o casi nadie, se le ocurriría irse al dique del Oeste un día de mar gruesa, ponerse a ver como rompen las olas en una inadecuada cercanía y luego poner al mar como perejil por haberle remojado, a causa de su escasa precaución, hasta las entretelas; ¿verdad que no?; sin embargo es una costumbre que suele ser mucho más común que ese sentido que todos deberíamos atesorar pero casi nunca utilizamos.

Quizá debiéramos ejercer esa especial higiene mental, ética y personal de, antes de proceder a la crítica al prójimo o al más lejano, cargándole la responsabilidad única de todos los males que nos asolan, repasar nuestras propias actuaciones o la falta de ellas, no fuera que éstas y aquellas hayan contribuido de alguna forma en la ocurrencia de las dichas desgracias. Esta tesis es válida tanto para las grandes cuestiones de la historia como las que nos afectan día a día sin que apenas nos demos cuenta. Un ejemplo de lo uno seguido de un ejemplo de los otro. No pocos de los males que sufrieron los ciudadanos alemanes entre el año 1933 y hasta mucho después de 1945, tienen un no raquítico basamento en la colaboración errada de unos, la inacción de otros y la desidia de los demás; es decir el señor Hitler no apareció en la cancillería berlinesa de un día para otro, sin causa alguna; y los que se sentaron en Versalles para redactar un determinado documento en 1919 no están exentos de su parte proporcional de responsabilidad en aquel resultado. Existen otras actuaciones que también afectan a nuestro entorno que son causadas por nosotros mismos sin que acaso no demos cuenta de ellas, desde el tirar una bolsa o una botella de plástico al suelo aún cuando tengamos a pocos metros una papelera, contribuyendo con ello a esa escasamente constructiva imagen de nuestra geografía o el conducir un vehículo por vías de imposible maniobras de adelantamiento, con inusitada lentitud, que provoca esas divertidas columnas de otros vehículos que deben adaptarse a esa parsimonia, acudiendo a las marchas cortas del cambio de su vehículo, olvidando que con ello contribuyen al aumento de los niveles de CO2 lanzados a la atmósfera, por cuanto es sabido que a mayor número de revoluciones del ingenio mecánico, mayor es la cantidad de combustible quemado.

Así que ya ven, todo lo que hacemos o dejamos de hacer tiene siempre algún efecto en nosotros mismos o en otros. Es aquello de la historia del herrero que dejo un clavo suelto de la herradura del caballo, que era el corcel del general, y que perdido el clavo, causó que se soltara la herradura y que el caballo errara el trote, provocando finalmente la derrota de las tropas del militar que lo montaba. Esas vinculaciones entre hechos y resultados volvieron a mi mente cuando conocí hace unos días la historia de una familia de ciudadanos estadounidenses de origen iraní, que habían sufrido el efecto Trump en la línea de aduanas donde algunos de sus familiares habían sufrido no recuerdo si deportación o inadmisión y decía la esposa del matrimonio ante la cámara que ellos habían votado a Trump para presidente y que no entendía por qué les hacía a ellos aquello. No es agradable el tener que recordarles que ellos mismos pusieron su pequeña piedra en esa acción precisamente cuando depositaron en su urna aquel voto que ayudo a que el nuevo inquilino de la Casa Blanca, pudiera firmar en ella la orden ejecutiva que afectó finalmente de forma tan negativa a sus familiares.

Y es que el depositar un voto, esa aparentemente inerte papeleta, es también derecho cuyo uso, como las tarjetas de crédito o las llamadas redes sociales, entraña cierto riesgo que requiere un plus de cuidado, esmero y responsabilidad en su ejercicio. La última muestra de esas reacciones concatenadas es el nombramiento del antiguo y repeinado preboste del benemérito cuerpo para el cargo de consejero de Red Eléctrica, asuntillo que le reportara unos 147.000 euros anuales, desconociéndose si en pago a la ignota sapiencia del electo sobre el mundo del transporte de energía por cable, de este nuevo Cristiano Ronaldo de la energía. Al parecer, según se dice en los medios, en realidad su mayor virtud para tal elección para el cargo es el gozar de la amistad del señor Rajoy, muy conocido por no dejar tirados a algunos de sus amigos aún cuando a otros y a otras les ha dejado caer sin reparo. Pero como dice el refranero, no hay mal que por bien no venga; miren ustedes por donde ahora podemos decir que conocemos el destino de algunas de las "perras" que se nos escurren por el sumidero de la factura eléctrica; van primero a la eléctrica de turno, para luego ir a pagar eso de los peajes a la dicha Red Eléctrica y finalmente terminan pagando el "merecidísimo" salario del señor Fernández de Mesa. Regocijaos.

Y esa es la enseñanza que estas resultantes debieran aportarnos; por tanto los que ahora en el Congreso se rasgan las vestiduras por ese nombramiento, debieran antes pensar en qué medida sus "síes" o sus abstenciones, todos ellos conservadores de que las posaderas del señor Rajoy persistan en la Moncloa, han propiciado que finalmente que el dicho caballero haya terminado sentado en el consejo de administración de Red Eléctrica; pero algunos votantes, al recibir su factura de la luz, también debieran barruntar si su propio voto, como él de los ciudadanos neoyorkinos de origen iraní, ha contribuido de alguna manera a su propio castigo monetario. No sería pues irresponsable que controláramos nuestros aleteos si no queremos sufrir alguna ventolera indeseada y si tal no hacemos, evitémonos excesivos espavientos de indignación. En el pecado, en ocasiones, va aparejada la penitencia.

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