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¿Y si nos dejamos de tutelas?

Hace poco, la Asociación de la Prensa de Madrid organizó una mesa redonda sobre las opinadoras en los medios de comunicación. Se habló -y mucho- de que somos minoría. Por curiosidad, fui a mirar en el periódico del día cuántos artículos de esta sección venían firmados por una mujer: servidora era la única entre once. Nunca he estado a favor de las cuotas: la dignidad o la valía no pueden medirse en función de la pertenencia a un colectivo -sexo, raza, religión o cualquier otro distintivo de una persona-. Alguien debería poder escribir en la prensa si tiene talento: si lo que dice es interesante, aporta algo al debate público, tiene sentido y además lo escribe -por lo menos- correctamente. Y eso, en principio, es independiente de que sea hombre o mujer. Sin embargo, un porcentaje tan aplastante -en todos los rotativos de Balears y en muchos de los nacionales- hace pensar que algo falla.

¿Es que hay tan pocas mujeres que tengan algo que aportar? La respuesta, sin duda, es no. Hay excelentes periodistas en este y en otros medios de comunicación de las islas. Lo sé porque las he visto trabajar y tengo el placer de leerlas, escucharlas y verlas a diario. Entonces, ¿por qué casi no escriben opinión? Tal vez por una decisión personal, tan respetable como su contraria. Sin embargo, José Antonio Marina nos recuerda en 'La lucha por la dignidad' que la discriminación de la mujer se ha basado históricamente en dos mitos: la fémina es peligrosa y además es mentalmente inferior. La mitología griega y la tradición judeocristiana están plagadas de ejemplos que han calado hondo en nuestra idiosincrasia y la formación de nuestra cultura y nuestros valores. Pandora o Eva son dos de ellos. ¿Puede que todavía hoy sigamos considerando que tienen poco que aportar a un debate serio y que necesitan tutela?

La Challenge vuelta ciclista a Mallorca que empieza mañana no tendrá azafatas que participen en la entrega de premios. Se pretende luchar contra la cosificación de la mujer, su imagen de objeto sexual o de un premio más en las competiciones deportivas. La cuestión no se ha resuelto añadiendo azafatos a la ceremonia, sino impidiendo que las mujeres participen en ella. Podemos discutir si todas las azafatas tienen que ser altas, delgadas y responder a unos cánones determinados de belleza. Pero tal vez algunas ganaban con eso unos eurillos con los que pagarse los estudios. Resulta curioso que los mismos que abogan por la libertad de la mujer a la hora de abortar y decidir sobre la vida humana -'nosotras parimos, nosotras decidimos'- se la nieguen luego para subirse a un podio con un ramo de flores y un trofeo para los ciclistas. O que se critique a la Secretaria de Estado de Comercio por ponerse una minifalda en la visita de Felipe VI a Arabia Saudí. La discriminación se produce si sólo las valoramos por su aspecto.

Es incuestionable que la belleza -no sólo la femenina- atrae. Es el fundamento de una rama de la Filosofía como es la Estética. Como historiadora del arte, me atrevo a decir que afortunadamente. Gracias a esa fascinación, Goya pintó las 'majas' o Rubens y Boticcelli las 'venus'. También gracias a eso una se deleita con el escote de la Ekberg en 'La dolce vita', con los de la Loren o con cualquiera de las mujeres de Hitchcock. Y sería hipócrita no reconocer que he visto 'El golpe', 'Dos hombres y un destino', 'Matar a un ruiseñor', 'Casablanca' o 'El bueno, el feo y el malo' millones de veces pensando en quién pudiera sacar a cenar a Newman, Redford, Peck, Bogart o Eastwood. Tal vez no sea sexismo, sino una parte innegable de la naturaleza humana como el instinto. Y la publicidad lo sabe perfectamente.

Habría que cuestionarse si prohibir a las mujeres ser azafatas u obligar a la Guardia Civil a eliminar un tuit sobre denuncias falsas porque en la fotografía que lo acompañaba aparecía una chica -ni siquiera era un mensaje referido a las denuncias por violencia de género: ser mujer no supone per se ni más ni menos probabilidades de mentir en una denuncia, así que debería dar igual si la foto es de un chico o una chica- no es una forma más de custodiar a la mitad de la población, de seguir infantilizándola al considerarla incapaz de decidir por sí misma si subirse a un podio en minifalda o qué vestido ponerse para presentar las campanadas en Nochevieja. Hemos pasado de estar sometidas al padre y al marido a que ahora parezca que algunos quieren subyugarnos a la dictadura de lo políticamente correcto. Es indudable que queda mucho por hacer en el camino de la no discriminación injusta, pero iniciativas como la de la Universidad de Granada de feminizar el calendario de forma que ahora estemos en enera y el mes que viene en febrera no parece que vayan a ayudar a saltar ninguna piedra. Las críticas que suscitará este artículo por no opinar desde una perspectiva de género -o de temas 'de mujeres' como psicología o enseñanza-, tampoco.

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