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The times, are they a-changing?

Parece que cambian los tiempos. Por ejemplo: la Iglesia católica mira a Iberoamérica como nunca. No contenta con tener un Papa argentino, ahora nombra a un venezolano, Arturo Sosa Abascal, Superior de los jesuitas. Por primera vez Europa queda desplazada del doble papado, el blanco y el negro. Podría entenderse como una apuesta de futuro: los pueblos emergentes, olvidados durante siglos, gozan hoy de más vigor y relevan en la cúpula a un continente gastado y caduco. Lástima que hace poco se escogiera a un europeo para presidir la Organización de las Naciones Unidas? y lástima, asimismo, que se tratara de un hombre y no de una mujer. Los tiempos parecen cambiar, pero sin prisas: seguro que más de uno votará a Donald Trump no sólo por sus valores cívicos, su mesura y su ecuanimidad, sino, sobre todo, por ser varón. Dicho sea de pasada, no sé por qué últimamente siempre me imagino a Trump a lomos de una bomba atómica y agitando un sombrero, como el icónico personaje de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú.

Aunque el país está en remojo desde hace meses, como garbanzos a la espera de que los transmuten en sabroso potaje, parece que los tiempos cambian. Y de forma vertiginosa en campos relacionados con la salud y la vida. Una novedosa prótesis, conectada mediante señales eléctricas con ciertas zonas del cerebro, transmite sensaciones táctiles al paciente. Días atrás supimos que una mujer de sesenta y dos años (no es la primera, ni la de más edad) acaba de tener un hijo tras una implantación de embrión, y las mujeres congelan ya sus óvulos y los utilizan cuando les conviene. El gran tabú del reloj biológico femenino se tambalea, y avances que antes pertenecían al ámbito de la ciencia ficción son realidad. Claro que junto a ellos perviven zonas oscuras de la naturaleza humana, más profundas, de difícil o imposible desarraigo: la violencia gratuita, los feminicidios nuestros de casi cada día?, o el rechazo inicial de muchos padres griegos a que sus hijos compartan espacio físico (no temporal) en la escuela con algunos niños refugiados...

Los tiempos están cambiando. Crecí oyendo a Bob Dylan (ventajas de tener un hermano mayor), pero prefería sus canciones interpretadas por Joan Baez, a pesar del aire monjil de su voz; cualquier cosa menos aquel gangueo indescifrable acompañado de un estridente chirriar de armónica. Descubrí por fin a Dylan como generador de algo audible en Nashville Skyline, y, bastante más tarde redescubrí sus antiguos temas (esos que provocaban la desbandada en mi hogar de infancia y adolescencia) como fuente de deleite. Este año le han dado el premio Nobel de literatura, y para sacudirnos la modorra que nos domina, propongo que emulemos a la Academia Sueca. Ya hemos perdido el salto del Planeta, pero todavía quedan más galardones patrios. ¡Tírense al monte, autoridades de la cultura! Sean imaginativos con el Cervantes y los Princesa de Asturias? A ver si por algún lado cambiamos algo.

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