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Matías Vallés

El problema de Sánchez es el PSOE

Un dato vigente y que tienden a obviar sus patrocinadores, Rajoy ostenta el título de candidato fracasado a la presidencia del Gobierno. Acaba de ser derrotado por partida doble y por un escandaloso 180 a 170, sin el triste paliativo de alguna abstención que aminore la contundencia del rechazo. Si se aparca por unos instantes la urgente satanización de Pedro Sánchez, se observará que el líder del PP ha congregado con reiteración a la mayoría absoluta de la voluntad popular en su contra. Este fiasco es el apartado más reciente de su currículo, ni siquiera logró compensarlo con un cargo paradisiaco para su amigo Soria. Nadie ha solicitado su dimisión.

Las votaciones que declararon a Rajoy no apto para la investidura se celebraron tras unas elecciones generales, tan respetables como las gallegas que hoy son la medida de todas las cosas. Ningún otro presidente del Gobierno ha sufrido un revolcón parlamentario comparable. Sin embargo, los comicios de junio y la doble derrota personal del candidato popular parecen esfumarse ante el imprescindible ajusticiamiento de Sánchez. Y si está claro que los meritorios 170 votos que obtuvo el líder del PP en el Congreso le pertenecen en exclusiva, los 180 sufragios en contra vienen capitaneados por el secretario general del PSOE. De nuevo, se omiten los méritos de esta victoria, amarrada desde una situación de franca inferioridad.

Sánchez no bloquea la estabilidad de España, concepto impreciso donde los haya. Sin embargo, ha evitado que el PP ostente ahora mismo la presidencia del Gobierno, en lo que ha sido la primera obligación de un secretario general socialista desde hace cuarenta años. Al liderar a la oposición dispersa, la ha convertido en mayoritaria. Matemáticamente, recuérdese el 180 a 170, es un aspirante factible por segunda vez consecutiva a inquilino de La Moncloa. Falló en el primer intento por equivocarse de socio, a instancias precisamente de los barones socialistas, baste recordar el alivio de los populares el día en que se extinguió el plazo que condenaba a nuevas elecciones. Sin embargo, se le advierte de que no todos los diputados son aceptables, un precepto anticonstitucional que hubiera horrorizado a los padres de la transición y que se reservaba para los escaños manchados de sangre.

¿Cómo recompensan los barones socialistas el fructífero equilibrismo de un secretario general asfixiado por la competencia de Podemos? Es una pregunta retórica. Triunfa el eslogan de que Sánchez es un problema para el PSOE, cuando el PSOE es un problema para Sánchez, de mayor calado que los resultados electorales adversos. Suena extraño el enconado repudio a un secretario general con posibilidades de acceder a La Moncloa. Los disidentes deben explicar por qué es menos legítimo el pacto con los nacionalistas catalanes que la alianza de Susana Díaz con Ciudadanos, consagrado ya Albert Rivera como la marca naranja en extinción del PP. Un soberanista que paga sus impuestos no es más reprobable que un partido que abona en negro la reforma de su sede.

Durante 17 años, el PP ha gobernado en Galicia mientras el PSOE lo hacía en Madrid. El resultado diferencial en las gallegas, porque en el País Vasco han fracasado populares y socialistas, no debería frenar a Sánchez. Al contrario, puede estimular su fidelidad a una tradición de ejecutivos dispares. Sin embargo, la conclusión fácil de que los socialistas se niegan a presidir el Gobierno, ha de corregirse en el pánico a que Podemos acceda aunque sea tangencialmente al puente de mando estatal. El ariete contrarreformista viene empuñado por Susana Díaz, que es la Esperanza Aguirre del PP o viceversa, porque el influjo de ambas decrece exponencialmente conforme se alejan del territorio que les sirve de trampolín.

Sánchez corrigió su resultado decepcionante de las generales, al evitar la coronación de Rajoy. Ahora deberá sobrevivir al PSOE, si quiere confeccionar los mismos pactos que han firmado sus barones regionales con Podemos. El estallido gallego ha camuflado que el PP necesita media docena de partidos para gobernar en Madrid, y los socialistas otros tantos. Tras el descrédito de Ciudadanos por su doble cero, el PNV se ha convertido en el novio más cotizado para los estabilizadores. En especial, entre los desmemoriados que pretenden olvidar los tiempos en que el partido vasco, y sus votantes, eran considerados afines al terrorismo por quienes ahora les cortejan.

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