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Aute, despierta

Desde muy joven, durante aquella adolescencia de los años 80, en la que se mezclaban Golpes Bajos con Parálisis Permanente, Alaska con Loquillo, Gabinete Caligari con Radio Futura y siempre la banda sonora de los grupos de Manchester, The Smiths y Joy Division, Aute estaba ahí, como un elemento extraño y discreto entre tanta convulsión electrizada. Uno analizaba y se aprendía de memoria aquellas letras de amor y muerte, aquellos ritos y sarcófagos, aquellos ingeniosos juegos de palabras y, sin duda, uno no podía menos que sentirse distinto a sus colegas de entonces. Lo fácil era que a uno le llamaran autista. Pues hay un Aute profundo y otro algo más ligero, menos trágico y mucho más hedonista. En aquellas letras, muchas de ellas deudoras de poetas como Vicente Aleixandre o Neruda, comprendí que la vida era eso, un combate entre la muerte y el amor y, más aún, sin la conciencia de la primera el segundo, el amor, carece de sentido. Cuando mis amigos descubrieron que Aute pertenecía a mi banda sonora personal, detecté miradas raras, cambios sutiles de conducta y, al fin, tuve que escuchar lo que ya esperaba: "tú siempre has sido algo raro, pero te queremos igual."

Aute me hizo compañía durante un buen trecho de mi vida y estuvo ahí, siempre fiel, en los periodos de euforia amorosa y también en los momentos de hundimiento. Lo confieso: escuchando sus letras, me sumergí en ensoñaciones eróticas de mujeres que, aquellos días, juzgué inalcanzables, así como también me sirvieron para tomar impulso y decidirme a declarar mi amor o locura a esas mujeres, digamos, más alcanzables. Hace un par de años se me ocurrió enviarle mi libro, Lisboa Song, en señal de agradecimiento. Una semana después, encontré en el buzón una postal con un dibujo suyo. Mientras tanto, Aute se está despertando. Ahora sólo hace falta que se levante y ande, cante, pinte, filme. En fin, viva.

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