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Antonio Tarabini

Historietas estivales (y V): de Roma a las Hurdes

Finalizo estas historietas estivales con un cambio de tercio. Pensaba concluirlas con otras vivencias italianas, pero hace escasas fechas se produjo una circunstancia casual que me rememoró una historieta personal referida a Las Hurdes y a Luis Buñuel, que dormitaba en el baúl de mis recuerdos. El pasado 10 de agosto, TV2 emitió un cortometraje, Las Hurdes, tierra con alma. Su director, Jesús M. Santos, nos propone un complejo viaje por Las Hurdes, que escritores y cineastas convirtieron en símbolo de la España rural. Y además pretende recuperar, ochenta años después, la memoria del cortometraje de Luis Buñuel, Tierra sin pan, filmado en 1933. También Adriana Ugarte, la protagonista, busca las motivaciones del director aragonés, impulsada por los recuerdos de su tío-abuelo, Eduardo Ugarte, íntimo amigo y colaborador de Buñuel. Tierra sin pan situó a Buñuel en un lugar preferente en el cine documental, complementado posteriormente por Los olvidados (México, 1950).

La visión de tal cortometraje, Las Hurdes tierra con alma, me remitió a la honda impresión que me produjo el visionar en 1955, a mis quince años, el vetado cortometraje de Luis Buñuel, Tierra sin pan, reflejo de la miseria real de los hombres y mujeres de Las Hurdes, comarca olvidada de los dioses y del gobierno de Franco. Y posteriormente, dos años después, a los 17 años pude visitar personalmente Las Hurdes, y ver su realidad. Ambas, vivencia y experiencia, significaron un salto cualitativo en mi adolescencia. Tal "salto" tuvo entre otras causas el cambio en el modo de transcurrir parte de los veranos de mis años mozos: desde el clásico "campamento" organizado por el mismo colegio de Montesión, a participar en un "campo de trabajo".

El último "campamento" en el que participé fue en 1955-56, en sa Ràpita. Entonces sin urbanizaciones y con escasas viviendas, instalados en un bosque cercano al actual club náutico propiedad de la familia Oliver. En mi memoria queda el juego de ses mopis, antecesor del actual Pokémon, y los efectos de un majestuoso accidente que sufrimos. Ses mopis eran (y son) unos bichos muy peculiares, virtuales y reales a la vez, sólo perceptibles por la noche pila en ristre. Los expertos te guían. La imagen final eres tú removiendo un matorral, mientras caen con fuerza sobre tu sien litros de agua procedente de las ramas del árbol protector. Risas y risotadas, a la espera de cazar a otro novato. El accidente se produjo al finalizar el campamento, cuando regresábamos hacia Palma montados en la caja exterior de un camión (¡propiedad del Ejército!) repleto de tiendas de campaña y otros materiales (¡también propiedades del Ejército!). A la altura del Coll d'en Rabassa el camión chocó frontalmente con un sólido pilón. Saltamos por los aires, en medio de amasijos de materiales. Los militares abrieron pesquisas para clarificar actuaciones como mínimo atípicas. Fuimos a declarar. Se tapó lo ocurrido con un tupido velo, y a otra cosa mariposa. Hubo heridos de consideración. Recuerdo a un compañero con todo su cuerpo enyesado. La desgracia, por simple voluntad de los dioses, no tuvo consecuencias trágicas. Y perdónenme una coña real: uno de mis compañeros perdió el olfato, y sigue sin él.

En 1957 cambié un campamento por un campo de trabajo. El jesuita Juan N. García-Nieto (el que me posibilitó el visionado de Tierra sin pan de Buñuel), profesor nuestro en Montesión, era un gran tipo que nos fue introduciendo en la visión más progresista de la doctrina social de la Iglesia. A mis 16-17 años me invitó a participar en un campo de trabajo en el denominado Plan Badajoz, ideado por el generalísimo Franco, que consistía en macroobras de construcción de múltiples pantanos, complementados con la creación de nuevas poblaciones. Me apunté. Una vez instalados se nos explicaron las tareas que debíamos desarrollar. Por mi edad y naturaleza un tanto canija se me destinó a las brigadas de mujeres, cuya misión era, además de las faenas del cocinar, distribuir comidas y otras labores anejas, cargar grandes bidones de agua para distribuir entre las centenares de cuadrillas, formadas por peones de toda condición y edad, que con picos y palas coadyuvaban a la dinamita en la ampliación del cauce de los ríos, relleno de muros de contención, carga y descarga de camiones. Al concluir la jornada nos reuníamos en nuestro barracón con García-Nieto y un grupo de jóvenes del SUT. Vi con mis ojos lo que era la explotación de personas y sentí en mi piel el cansancio al terminar el día. Las Hurdes estaban relativamente cerca de nuestros campos de trabajo. Y allí nos dirigimos aprovechando un fin de semana. Literalmente hambre y miseria. El relato y las imágenes de Tierra sin pan de Buñuel, cortometraje prohibido y calificado de demagógico, retrataban al pie de la letra la realidad.

Ahora, al concluir estas historietas estivales 2016, me doy cuenta de que todos (yo incluido) somos hijos reales (o putativos) de nuestras prehistorias, historias e historietas, con sus contradicciones y errores. Si el próximo verano, 2017, sigo vivo y coleando, y con un mínimo sentido del humor, continuaré con mis historietas.

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