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Pobre Nicaragua

Daniel Ortega, el legendario líder nicaragüense de la Revolución Sandinista que consiguió en 1979 la salida del poder de Somoza, el dictador perteneciente al clan mantenido por los Estados Unidos desde 1934, y el cambio definitivo de régimen en 1980, ha ido decayendo en el más obsceno autoritarismo, después de haber protagonizado en sus diversas etapas en el poder político sucesos escabrosos que nunca fueron completamente aclarados.

Ahora, como se sabe, está nuevamente en el poder tras ganar las elecciones presidenciales de 2011, después de una disputa sobre la legalidad de su candidatura, que estaba vetada según la oposición por los preceptos constitucionales. Y ahora, en vísperas de las nuevas elecciones, va a presentase por séptima vez consecutiva, con la particularidad de que en esta ocasión el Tribunal Electoral ha entregado a Ortega el control total del Parlamento, expulsando a todos los diputados opositores, en una operación que confirma la deriva autoritaria del régimen personalista de partido hegemónico; un modelo aberrante al que tan acostumbradas están las repúblicas centroamericanas.

Ortega ya no guarda ni las formas, y para confirmar su cuajo totalitario, ha decidido presentarse en tándem con su compañera de siempre, Rosario Murillo, como candidata a la vicepresidencia... y quien sabe si cabeza de una pintoresca dinastía. Como mínimo, los países del círculo más cercano a Nicaragua, España entre ellos, deberían mostrar su desagrado por esta vergonzosa representación, que caricaturiza las prácticas da las repúblicas bananeras.

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