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Suicidio a la francesa

Francia ha sido para nosotros un constante sujeto de amor-odio. O hemos querido -algunos- parecernos a ella o la hemos abominado con pasión y con saña. Pero en el fondo, los españoles compartimos con los franceses casi todos los vicios y virtudes congénitos.

Viene esto a cuento de un parangón triste, dramático, que cabe establecer: los atentados yihadistas en el país vecino han desatado una guerra cainita entre partidos. Entre el Partido Socialista en el gobierno y los conservadores de la oposición; entre los partidos constitucionalistas y el Frente Nacional, partidario de la mano dura, de las formas expeditivas, de la anteposición de la seguridad a la democracia. El panorama francés, con un Sarkozy vociferante contra la blandura de Hollande, recuerda al español del último periodo de ETA. También entonces, con Zapatero en el gobierno y Rajoy en la oposición, se rompieron todos los puentes, se abrió paso a las fuerzas políticas antisistema, se cegaron vías de consenso y concordia que hoy, en otras circunstancias, ya no se pueden explorar porque el cieno antiguo es demasiado denso. Son formas de suicidio similares: frente al zarpazo del terror, las sociedades maduras, en lugar de unirse como una piña frente a la salvajada, aprovechan la agresión para destriparse internamente, para que afloren los viejos odios, para que se hagan imposible las nuevas formas de convivencia.

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