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Jose Jaume

Lamentable, triste izquierda

Hoy como ayer, así a lo largo de un siglo, el PSOE consume energías, solvencia y tiempo en acuchillarse a degüello internamente y en desatar las siete furias contra la otra izquierda, la que ahora se ha encarnado en Podemos. La fractura de las izquierdas españolas, atizada por unos odios africanos sin parangón, ha permitido a la derecha neutralizar los resultados de las elecciones del 20 de diciembre, los que pudieron llevar a Sánchez a la presidencia del Gobierno, y utilizar los del 26 de junio para hacerse con el control del Congreso de los Diputados avanzando en la investidura de Mariano Rajoy. Éxito completo el de nuestras izquierdas.

Empecemos por el PSOE: a Pedro Sánchez, Susana Díaz le impuso en el comité federal del partido unas líneas rojas infranqueables: se le vedaba alcanzar un pacto con los partidos nacionalistas catalanes. La demanda de un referéndum independentista los hacía reos de incompatibilidad para sumar sus diputados a los socialistas. Díaz y sus acólitos, los del PSOE del sur: Andalucía, Castilla-La Mancha y Extremadura, más algunos paniaguados, como los dirigentes asturiano y aragonés, quebraron la resistencia de Sánchez, que no tuvo las agallas suficientes para pasar por encima de quienes ambicionan sacarlo de la secretaría general.

Hete aquí que ahora Mariano Rajoy y el PP, que han clamado, a coro con su nutrida corte mediática, contra los abortados pactos entre socialistas y nacionalistas, están estableciendo acuerdos con los independentistas catalanes y con los cautelosos nacionalistas vascos. De entrada, le han birlado al PSOE la presidencia del Congreso y, de acuerdo con Ciudadanos, la mayoría en la mesa de la cámara. El PSOE ha asistido paralizado a la maniobra; paralizado exactamente no, porque ha seguido arreándose con Podemos. La izquierda se atiza entre ella mientras las derechas hispanas, centralistas e independentistas, qué más da, acuerdan lo necesario para salir beneficiadas.

A Pedro Sánchez, de poseer una inexistente dignidad, solo le queda dimitir. Junto a él deberían desaparecer Susana Díaz, Fernández Vara, García Page, Lambán y Fernández, todos ellos, salvo la primera, investidos presidentes de sus comunidades gracias al voto a favor o el desistimiento de Podemos. Nada de eso veremos. El PSOE, hoy como ayer, seguirá desangrándose en su guerra intestina. Si tenemos en cuenta que en la década de los treinta del pasado siglo ya ocurría lo mismo: la incesante trifulca que entonces protagonizaban Indalecio Prieto y Largo Caballero, convendremos que su mal es irremediable. Puede regocijarse la derecha. Le sobran razones.

Prosigamos con Podemos: su secretario general ha dado una magnífica lección de cómo encadenar torpeza tras torpeza, de lo que hay que hacer si se quiere neutralizar el soberbio resultado obtenido el 20 de diciembre, y el no menos notable, a pesar de no haberse cumplido las expectativas, del 26 de junio. Pablo Iglesias es, aunque les duela hasta en el último pliegue de su alma a los de Podemos, un dirigente listo para la incineradora. Se lo ha ganado sobradamente: sus apuestas se han saldado con rotundos fracasos. El lenguaraz Iglesias, su desatada demagogia, han conducido a Podemos a la irrelevancia. Cierto que son la tercera fuerza del Congreso. También es verdad que jamás el PCE primero e Izquierda Unida después obtuvo unos resultados como los cosechados por Podemos, pero está instalado, gracias a las artes de Iglesias, en la irrelevancia. Su última torpeza: intentar que el catalán Domenech fuera elegido presidente de la cámara. La antigua Convergència, que, de la mano de Francesc Homs, vuelve por sus fueros: los del cínico cambalache, pactando con quien sea para obtener réditos, económicos a poder ser, y Esquerra nunca podían aceptar a un presidente proveniente de los Comunes, sus grandes antagonistas en el Principado. El vergonzante acuerdo con el PP y con Ciudadanos, sí, con Ciudadanos, ha dejado a Iglesias hecho unos zorros, y ha tenido la virtud de plasmar la inconsistencia del secretario general de los morados, quien no ceja en su empeño de equivocarse. Mal asunto para Podemos si confía su suerte futura en Pablo Iglesias.

Para mayor regocijo de las derechas, PSOE y Podemos siguen atentos por encima de todo a su brutal enfrentamiento por obtener la primogenitura de la izquierda, una izquierda que no va a ninguna parte si sigue sin ser capaz de olvidarse o al menos atemperar notablemente sus ganas de destruirse. ¿Por qué lo que ha sido posible en comunidades y ayuntamiento no lo es para el Gobierno de España? La pregunta no obtiene respuesta en el PSOE, pues el argumento de que se requería el imposible concurso de los nacionalistas, el PP se ha encargado esos últimos días de demolerlo concienzudamente. Iglesias se equivocó el 20 de diciembre y ha vuelto a meter la pata el 26 de junio. A Pedro Sánchez lo equivocaron Susana Díaz y los suyos el 20 de diciembre, y ha seguido en estado catatónico tras el 26 de junio.

Con todo ello Mariano Rajoy, el, de largo, peor dirigente que han ofrecido las derechas españolas y el más letal para los superiores intereses de la nación, según la terminología tan del agrado de quienes la utilizan a su exclusivo beneficio de inventario, está a un paso de obtener la investidura. Queda por destripar el papel de Ciudadanos. No sorprende los renuncios, uno tras otro, de su líder, Albert Rivera. Hará cuantos sean necesarios para garantizar la gobernabilidad, la de Mariano Rajoy, por supuesto. Ciudadanos ha quebrado el pacto con los más de tres millones de electores que lo sufragaron el 26 de junio: lo hicieron confiados en que la promesa de Rivera de no hacer a Rajoy presidente se mantendría; al igual que la de no aceptar cargos a cambio de votos: Rajoy será investido con la abstención o el voto afirmativo, ya se verá, de Ciudadanos, y éstos han aceptado cambiar votos por cargos: ocupan dos destacados en la mesa del Congreso, para los que hasta han obtenido los de los partidos nacionalistas. Creerse que Ciudadanos pasará al no si Rajoy pacta con los independentistas es de bobos de solemnidad. Hará lo que se le ordene. Está aquí para garantizar que no se altere el orden establecido.

Lo ha propiciado la lamentable, triste izquierda española. Nunca tan pocos desengañaron a tantos en tan poco tiempo.

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