Con el patriotismo que la caracteriza, la derecha francesa ha aprovechado el brutal atentado de Niza para arremeter contra el gobierno socialista de François Hollande y quemar etapas en el camino hacia las presidenciales del año que viene. Especialmente duro con su sucesor ha estado el expresidente Sarkozy, quien siempre olvida mencionar que durante su mandato (2007 - 2012) se produjeron los más destructivos recortes sobre los efectivos y los presupuestos de las fuerzas de seguridad francesas, lo que explica probablemente las lagunas que han hecho posible la última oleada de atentados. Algún experto español, como Fernando Reinares, ha relacionado también el mortífero atentado de Niza tanto con "la voluntad mortífera del terrorista" como "sobre todo con el atronador fallo en las medidas de protección, que no impidieron el acceso del camión a un paseo ampliamente concurrido y en un día festivo tan señalado para los franceses. De este terrible fallo hay que extraer las debidas lecciones".
En estas brutales expansiones del fanatismo islamista sólo hay una auténtica responsabilidad, que es la de los salvajes autores e inductores de las matanzas, y los demócratas deberían mostrar su condición y el abrazo a los valores trascendentes de la convivencia eludiendo luchas intestinas en momentos en que el dolor lo preside todo y hay que aunar fuerzas frente al asesino. Por ello, del drama francés tenemos que extraer, sí, las debidas consecuencias técnicas, pero sobre todo hemos de condenar la voracidad indigna de un Sarkozy que no tiene empacho en recurrir a los muertos para potenciar su propia candidatura presidencial.
