Se han publicado varios análisis el de Carles Castro ha sido quizá el mejor elaborado, aunque el abajo firmante no lo comparta que mantienen la tesis de que con el cambio experimentado por el sistema de representación se ha producido en realidad una fractura generacional: simplificadamente, los jóvenes estarían entusiasmados con las propuestas de Podemos y de Ciudadanos, en tanto los mayores se habrían encastillado en su apoyo a PP y PSOE. Todos estos análisis tropiezan de entrada en la misma piedra: no explican la facilidad con que se ha formado la alianza Podemos-Izquierda Unida, que en esa lógica sería una sinrazón.
Siempre la juventud ha sido identificada con los vectores progresistas y la madurez, con el conservadurismo, y es probable que estas tendencias se mantengan. Pero ni el conflicto que se trata de abordar la crisis y sus gravísimas secuelas que aún perviven ni las soluciones que se aportan desde los partidos están en clave generacional. Para bien o para mal, a Podemos le votan muchos jóvenes pero también mucha gente mayor, e igualmente ocurre con Ciudadanos. Y no creo que el mix de electores que vota a PSOE y PP haya variado mucho en términos relativos. Los partidos clásicos se han quedado viejos pero no biológicamente sino ideológicamente. Y, por desgracia, algunos rasgos de los partidos nuevos muestran inquietante decrepitud.
