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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

O inestabilidad o nuevas elecciones

El debate entre los candidatos que se celebró el pasado lunes no nos dio demasiadas claves para anticipar con altas dosis de probabilidad qué va a ocurrir después del 26 de junio. Respecto a la influencia que vaya a tener sobre los resultados por el efecto que pueda haber causado sobre los indecisos, parece que es muy pequeño el porcentaje que ha visto despejadas sus dudas. Es por eso que, como la transcurrida el pasado diciembre, será la campaña electoral el elemento determinante para configurar la composición de las dos cámaras legislativas y saber si se confirman las predicciones de las encuestas, especialmente del CIS, o si el desarrollo de la campaña desencadena variaciones sustanciales. Si se confirmaran los pronósticos nos encontraríamos en una situación muy semejante a la que quedó definida el 20D.

El debate en sí mismo, tal como reflejan los diferentes sondeos, no ha permitido establecer un claro vencedor, si bien parece que Iglesias ha conseguido una cierta preeminencia frente a Rajoy y Rivera, quedando un tanto descolgado, como ya empieza a ser costumbre, Sánchez. Si bien no creo que deba hacerse mucho caso de estas estimaciones demoscópicas extraídas a través de llamadas telefónicas. Por una razón que parece muy lógica, y es que existe una tendencia general entre los encuestados a valorar al candidato de la opción que ya tiene pensado votar. Lo más significativo fue, por parte de Rajoy, el compromiso con el "más de lo mismo", con la inclusión, si nos atenemos a la experiencia, de una muy dudosa promesa de bajada de impuestos. No tiene el presidente en funciones reputada credibilidad en este campo. Por parte de Rivera, que se mostró más desenvuelto y batallador en el esfuerzo de diferenciarse en positivo de Rajoy e Iglesias, se apreció una clara y diferenciada propuesta para luchar contra el paro a través del proyecto de contrato único, la voluntad de aligerar la carga del Estado con la supresión de las diputaciones y su compromiso con la educación y la investigación. Sánchez, además de fajarse con Rajoy e Iglesias, insistió en sus propuestas de derogación de las leyes del PP, especialmente la reforma laboral, pero adoleció de una falta de concreción para atajar el paro y enfrentar el crecimiento económico. Su propuesta de un recargo fiscal a las grandes fortunas para mantener el sistema de pensiones parece claramente insuficiente. Iglesias mantuvo sus promesas de gasto público para luchar contra la desigualdad sin que en ningún momento pareciera razonable la fuente de ingresos para financiarlas.

La parte más viva del debate correspondió al tratamiento de la corrupción. Las invectivas de Sánchez y, sobre todo de Rivera contra Rajoy, consiguieron, no solamente una explosión de tics en su rostro, con los músculos oculares fuera de control haciendo bailar los ojos al ritmo de san Vito, sino hacer subir a la superficie lo más miserable de Rajoy, el Rajoy mentiroso y ruin que conocemos, cuando acusó falsamente a Rivera (a cuenta de la tergiversación del célebre debate de Rivera con Iglesias en Salvados) de haber cobrado mordidas en negro (cree el ladrón que todos son de su condición). En la polémica sobre la neutralidad e independencia de los jueces, Rajoy habló como si el PP (o el PSOE) no tuvieran que ver con el nombramiento de los jueces del Tribunal Supremo (TS) a través del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Precisamente el pasado miércoles se conoció que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo había dado la razón a Jiménez Losantos en un recurso contra la sentencia del TS condenándole a pagar 36.000 euros a Gallardón por injurias. La única juez que votó en contra había sido designada por Gallardón el 19 de julio de 2013.

Pero el asunto mollar del debate no afloró hasta el final, cuando se preguntó a los candidatos si habría unas terceras elecciones y, en caso de necesitar pactos para gobernar, con qué otros partidos pactarían. Todos ellos afirmaron con rotundidad que no habría terceras elecciones. Respecto a los pactos, Rajoy, claro, dijo ser partidario de una coalición con el PSOE y C's, en su defecto, que se dejara gobernar a la lista más votada. Iglesias, también muy claro, lo había sido a lo largo de todo el debate en relación a afinidades políticas, dijo que sólo había dos alternativas, una gran coalición de PP, PSOE y C's o un pacto entre Podemos y PSOE, independientemente de cuál de los dos partidos hubiera sido el más votado, siendo esta última alternativa, lógicamente la suya. Y afirmó que la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña no iba a ser una línea roja para pactar con el PSOE. Sin duda una de las pocas novedades significativas que aportó el debate. Ni Sánchez ni Rivera explicitaron sus preferencias, hubiera sido suicida para ambos, aunque Sánchez claramente descartó pactar con Rajoy y Rivera dejó muy clara la dificultad de pacto con el PP con Rajoy como presidente del gobierno.

La situación se presenta, pues, con las mismas dificultades para pactar que la aflorada por el 20D. Es casi seguro que la suma de PSOE más Podemos alcance más diputados que la suma de PP y C's, ambas insuficientes para gobernar. En el caso de PSOE y Podemos, su alianza podría ser de gran dificultad por dos razones: son dos fuerzas que se disputan la hegemonía de la izquierda, el mismo espacio político, con la voluntad de Podemos de merendarse con patatas fritas al PSOE, por mucho que Iglesias proclame hipócritamente que su objetivo es el sorpasso al PP y no al PSOE; su mayoría en el Congreso estaría seguramente al albur de los partidos independentistas que ya no serían proclives a permitir con su abstención un gobierno de estas características al poder haber sido obviado el referéndum. Queda como incógnita el papel del PNV. Jordi Sevilla ha dicho públicamente que para no repetir por tercera vez las elecciones se deje gobernar a quien disponga de mayor apoyo parlamentario (para escapar de la argumentación de Rajoy de que se deje gobernar al candidato de la lista más votada, él). Alude, lógicamente a un pacto PSOE-C's con Sánchez como presidente absteniéndose el PP. Pero tal solución implica, como un posible pacto PP-C's, absteniéndose el PSOE, gobiernos en minoría, por definición inestables, sin potencialidad para impulsar las reformas constitucionales que necesita el país. Por todo ello, y sin ninguna posibilidad de cambio de la ley electoral para disponer de un sistema mayoritario que dé gobernabilidad (que nadie quiere porque quita el poder a los aparatos partidarios), parece que estamos abocados, bien a un gobierno minoritario que va a sumir al país en la ingobernabilidad y la inestabilidad o al desatino surrealista de unas terceras elecciones que nada iban a resolver y que sumirían a España en el caos y en un ridículo internacional de muy difícil reparación. O habrá conversiones patrióticas.

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