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Norberto Alcover

El caso Trumbo

Lo que sucedió en Norteamérica con la "caza de brujas" en los feroces años anticomunistas, sobre todo en el ambiente tórrido de la llamada "Guerra fría", provocó un auténtico tsunami en la industria cinematográfica y, por ello mismo, en las vidas de muchos hombres y mujeres de todos los sectores de esa misma industria que vivía una época dorada. La "Comisión de actividades antinorteamericanas" captó perfectamente que el cine, privilegiado medio de comunicación del momento, era un modo pluscuamperfecto para introducir mensajes subliminares de corte moscovita en aquel paraíso que había luchado en Corea y que contenía el expansionismo soviético en el mundo. Y así, comenzó a organizar un régimen de delación, ostracismo y hasta penal, que descubrió hasta qué punto la democracia no era tan firme y tan sólida como se pensaba. Norteamérica tenía miedo a la pluralidad ideológica, que era algo muy diverso a la pluralidad multicultural promovida entre los diversos grupos inmigrantes llegados a sus costas. Eran momentos duros, por supuesto, pero de ahí hemos saltado, hoy mismo, al peligroso Trump, que no en vano tiene idéntica enfermedad de fondo: América para los americanos y además "Dios salve a América", entre otras lindezas.

Pues bien, animado por una amiga cinéfila visioné la película sobre la vida y la obra de Dalton Tumbo en la medida en que se encontró sumergido en este paroxismo de la industria fílmica, hasta vivir tiempos kafkianos como hombre de cine, especialmente guionista de películas tan deliciosas como Vacaciones en Roma, entre tantas otras. Precisamente este film ganaba el Oscar al mejor guión y lo recogió un "sustituto" de quien firmara el texto? que a su vez era un seudónimo del mismo Trumbo, quien recurría a esta humillante trampa para sobrevivir. Porque Trumbo era tan buen profesional que productores remilgos de conciencia, recurrieron a sus servicios mientras le pagaban una miseria. Hasta que triunfó, y dedicó su estatuilla a su hija mayor, el galardón porque "nos ha permitido recuperar el nombre". Tras tantos años de humillación, bastante bien llevada, no eran necesarios seudónimos, renacía "Dalton Trumbo" como magistral guionista: ahí estaba Espartaco. El círculo se cerraba. Pero muchos otros nombres jamás habían renacido, y los culpables no siempre pagaron su inmisericorde pánico. El fantasma de "la lista de los 10" permanece siempre que la libertad de expresión se vulnera en el arte y en la vida. Pánico me dan los salvadores de patrias, de ideologías, de empresas, pero sobre todo de religiones. Porque los auténticos salvadores de lo que sea, mueren en el intento.

Contra los que acusan al film de ser un vulgar biopic, respondo que es un buen biopic, eficaz, preciso y accesible a todos los públicos, me parece un instrumento histórico y puede que hasta pedagógico de altísimo valor. Y me pregunto, además, por qué oscura (o evidente razón) los medios desconocen obras como la que nos ocupa en un gesto de insufrible superioridad cultural e intelectual. ¿No será que historias sociofílmicas como la de Trumbo producen malestar interior a censores actuales y a censurados irredentos? Porque lo mejor del film es la coherencia del protagonista, interpretado con una soltura encomiable por el siempre sólido Bryan Cranston, una mezcla de admirable de honradez ideológica y de pragmatismo sobreviviente a imitar en tiempos oscuros como los nuestros. Pienso que tipos así, tan asequibles y comprensibles, molestan, porque cualquiera de nosotros podríamos hacer lo mismo, en nuestros casos, y no somos capaces de la conjunción anotada. La razón es muy sencilla: carecemos del valor ético y del talento artístico para hacerlo. Somos mediocres y nos dejamos vencer cuando suenan los tambores del descrédito. Cuando la Transición, supe de una periodista que triunfó, desde el anonimato, y solamente más tarde irrumpió en la vida madrileña editorial con su propio nombre, hasta arrasar. Hace poco desapareció del ambiente, y solamente supimos de su identidad su editor, su hijo mayor y quien esto escribe. Desde su secreto, sonreía. Desde su éxito público, no dejaba de sonreír. Exactamente igualito que Trumbo. Una delicia. Y elegancia. Siempre me comentaba que el placer del anonimato le producía una especie de estremecimiento estético e intelectual insuperables. La comprendo.

Escribir es siempre un riesgo porque los biempensantes de turno te la tienen guardada? aunque te feliciten. Una palabra escrita es un dardo que cura o bien hiere, y puede que hiera hasta matar. Es lógico que alguien, el salvador de turno, intente eliminar esas palabras escritas tan peligrosas, tan correderas, tan repetidas, tan insuperables, tan buenísimas? porque el salvador de turno es mediocre y envidioso. Pero ese sabor a "haber escrito lo que debías escribir para ser leído", nadie te lo quita, aunque la respuesta sea el silencio, el menor adversario de las pretendidas amistades. Esas que, en cualquier momento, te ven y huyen de vergüenza. El silencio de los corderos. Díganselo a Dalton Trumbo. Y díganselo al personaje nauseabundo de la periodista amarilla, interpretada por una Hellen Mirren en estado de gracia. Unos personajillos siempre repetidos que elevan y destruyen? hasta que se hunden a sí mismos.

Por estas razones, y sin ser una película de diez, por supuesto, me quito el sombrero y recomiendo vivamente la contemplación de este film, dirigido por un elemental Jay Roach y guión de McNamara, sobre el texto de Bruce Cook. Debieran verlo los adolescentes con aspiraciones a escritores y periodistas. Y debiéramos verlo, una y otra vez, nosotros, los que ya peinamos canas, para preguntarnos con cuál de los personajes nos identificamos. A mí, por supuesto pero seguro de ser incapaz de conseguirlo, me gustaría parecerme a Trumbo en las palabras escritas que llevo entre manos. Escribir lo que uno desea. Escribir aceptando de antemano las derrotas obligadas. Y gustar el solitario placer de la sonrisa? Mientras se sorbe un güisqui con hielo.

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