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Antonio Papell

La pinza obstruye la investidura

En 1994, el PSOE, que ya se hallaba en franca decadencia en todo el Estado aunque seguía gobernando en minoría (apoyado por el nacionalismo catalán, que le impuso condiciones leoninas), sufrió un importante retroceso en las elecciones autonómicas de Andalucía: Chaves ganó la consulta con 45 escaños (17 menos que en 1990), frente al PP, que obtuvo 41 (15 más). Izquierda Unida-Los Verdes-Convocatoria por Andalucía consiguió 20 y Coalición Andalucista-Partido Andaluz, 3. Chaves fue investido pero tuvo que disolver el parlamento autonómico en 1996 por la 'pinza' frecuente que formaron el PP (Javier Arenas) e IU (Luis Carlos Rejón), manejados a distancia por José María Aznar y Julio Anguita respectivamente.

Recientemente, la periodista Marisa Gallero ha publicado la correspondencia que mantuvieron Aznar y Anguita para formalizar su acuerdo contra la, a su juicio, "situación insostenible" del gobierno de Felipe González en 1996, cuando estalló el 'caso Gal', que se sumó a una serie de comprometedores escándalos de corrupción. Lógicamente, el pacto entre los extremos no cuajó pero contribuyó sin duda al desgaste de la mayoría, lo que facilitó la alternancia en 1995, cuando Aznar ganó por estrecho margen las elecciones generales y González ni siquiera intentó mantenerse en el gobierno aunque tenía ciertas opciones para ello.

El recuerdo de la pinza viene ahora a cuento de la actual coyuntura, en puertas del intento de investidura de Pedro Sánchez, en que el candidato se apoya en una alianza de partidos centristas y se encuentra con la oposición de los extremos, del Partido Popular y de Podemos, en otra 'pinza' que poco tiene que ver con la de veinte años atrás pero que puede levantar parecidas susceptibilidades.

De hecho, es evidente que los intereses de ambos extremos convergen en la conveniencia estratégica ya que no en la ideología como es obvio. El fracaso del tándem Sánchez-Rivera sólo se producirá si coinciden el rechazo del PP (por considerar demasiado izquierdista el programa) y el de Podemos (por creerlo demasiado conservador). Y comoquiera que no es posible que la propuesta sea a la vez muy roja y muy azul, el electorado sospechará que en realidad, tanto el PP como Podemos tienen el mismo interés inconfesable: el de que haya que ir a unas nuevas elecciones si ellos mismos no participan en la solución que las evite.

Tras el cambio súbito de modelo que ha surgido del 20D, cualquier observador desapasionado llegaría a una doble conclusión: a).-no sería razonable que el PP, cuyas políticas han contribuido al terremoto político, que ha recibido un importante varapalo y que está tratando de seguir a flote en medio de la gran tormenta de corrupción que protagoniza, siguiera ostentando el liderazgo. Y b).-tampoco sería comprensible que la fuerza radical que ha surgido del ojo del huracán, Podemos, que tiene unas recetas incompatibles con la pertenencia europea y que recuerdan sospechosamente a la Syriza previa a la caída del caballo de su líder, tuviera una participación decisiva en el gobierno con apenas 69 diputados, 27 de ellos aportados por organizaciones periféricas.

De ello se desprende que, si no se quiere ir irremisiblemente a unas nuevas elecciones, que fácilmente desembocarán en la frustración de comprobar que no se ha resuelto el sudoku porque los resultados se parecen mucho a los del 20D, la única fórmula razonable y pacífica de salir de este trance sería dejar gobernar en minoría a la coalición centrista, que, con un mandato de 24 o 30 meses, debería ocuparse de sacar adelante las grandes reformas que requieren amplio consenso, para convocar después, ya con una nueva ley electoral y el país modernizado, nuevas y decisivas elecciones.

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