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Penurias de la comunicación política

Llevo semanas abrumado con noticias a cual menos agradable para el cuerpo y para el espíritu. Es un auténtico tsunami de carnicería ciudadana con la excusa de la información social, económica pero sobre todo política desde todos los ángulos posibles, a nivel nacional y local, sin dar de lado al internacional, inclusive peor. La situación aparece como el mal sin mezcla alguna del bien, a pesar de los intentos mediáticos por interferir tanto desastre con "pan y circenses", gastronomía y espectáculo, sobre todo fútbol, conciertos y escándalos al gusto. Incluso algo tan serio como el caso Nóos, que nos aflige de manera especial en Mallorca, se nos entrega como un drama de finales del XIX, entre jurídico, criminal y poblado de sentimientos contradictorios, según el medio que nos haga llegar las entregas del folletín. Y de pronto, uno toma Diario de Mallorca del sábado 30 de enero de este 2016, y descubre una entrevista de lo más interesante de Matías Vallés a una paisana, de nombre Catalina Pons, autora del volumen Comunicación no verbal, presentado días atrás en nuestro Club. Vaya por Dios.

Los protagonistas de la situación comentada adolecen de un defecto sustancial, salvo mínimas excepciones: su falta de sentido comunicativo, no solamente de una salvable comunicación. Si recuerdan sus intervenciones durante la campaña, se nos aproximaban como quien no conoce las reglas más elementales de interrelacionar con el público, hasta el punto de que todos sabíamos de antemano cómo iban a dirigirse a nosotros y casi el contenido de cuanto nos dirían. Vistos una vez, vistos para siempre, produciéndonos el necesario cansancio para no verles en el futuro. Y seguíamos viéndolos porque no podíamos evitarlos en la medida en que los medios nos los echaban a la cara un día tras otro, llevados de una lógica insalvable. Qué protagonistas tan chatos, tan aburridos, tan repetitivos. Qué mensajes tan elementales o tan sofisticados, pero en todo caso tan inútiles para nuestro futuro. Y por supuesto, qué carencia de originalidad expresivo-comunicativa en los cuatro grandes actores de las cuatro grandes formaciones políticas de aquellos días anteriores y posteriores al voto electoral. Solamente recuerdo, aunque vagamente, la camisa blanca del líder que afirma poder, camisa que mantiene después, incluso cuando visita al Jefe de Estado, en un gesto de camaradería muy propio, y esperable, de los antisistema, que nunca dejan de rozar el ridículo público. Tú trajeado, yo en camisa. Tú elegante para la burguesía, yo atractivo para los jóvenes airados. Juntos sí, pero nunca revueltos, ni en el vestido. Qué carencia de "sensibilidad comunicativa" y de "sabiduría conceptual", puesto que los conceptos, hoy día, se hacen imágenes, sobre todo televisivas. Todos lo sabemos.

Y ha sido Catalina Pons, en sus respuestas, la que ha resucitado mi esperanza en los más sencillos códigos comunicativos, los mismos que durante treinta años tuve el placer de explicar en la universidad y que tanta aceptación tuvieron entre el alumnado, formado por futuros abogados y líderes empresariales, además de jóvenes que se preparaban para el sacerdocio. Eran conscientes, todos, de que los contenidos y los instrumentos para su comunicación aspecto físico, indumentaria, movimientos de brazos, ductilidad del torso, juego con la voz, etc. formaban una sola realidad, y que un error en fondo o en forma les conduciría al desastre en sus intervenciones. Una eterna sonrisa, fracasa. Las manos permanentemente rejuntadas, fatigan. El pelo teñido, ahuyenta. Una exagerada incisividad, se convierte en repelente agresividad. El juego entre espontaneidad al dirigirse a la audiencia y la lectura del texto o de las notas, salva o hunden en la mayor de las miserias. ¿Se acuerdan del amigo norteamericano que venció al grisáceo Nixon? Seguramente era un tanto atractivo? pero sobre todo fue un modelo de "gabinete de comunicación" al servicio de la oratoria política. Y dígase lo mismo de Pedro Arrupe, quien fuera superior general de los jesuitas, tan citado desde estas páginas, auténtico ejemplar oratorio pero en este caso desde la naturalidad absolutamente espontánea, porque Arrupe era él mismo comunicación pura y dura. Como en su momento lo fue el primer González, antes de la fatiga. Pero si me urgen, recuerden al Brando de Apocalipsis now. Es "la impresión de la carcasa", es el envoltorio del caramelo, es la mismísima emanación de la propia personalidad, aunque nos cueste aceptarlo. Hay, argumentan los anglosajones, una misteriosa "videncia conceptual". Y va en aumento.

¿Por qué no preparan a nuestros hombres y mujeres públicos para que no nos aburran y harten, fastidiando, de paso, los conceptos políticos, sociales, económicos y hasta religiosos que nos pretenden transmitir y con los que intentarán organizarnos la vida colectiva? ¿O es que los preparan pero resultan tan inútiles que no son capaces de comprender las enseñanzas de los expertos en "marketing político", por ejemplo? Porque prefiero pensar que son inteligentes (lo suficiente), que están llenos de buena voluntad (porque el triunfo les va en ello) y hasta que los contenidos de sus actuaciones tiene cierta solidez (faltaría más). Y sin embargo, el resultado es desolador. Lo dicho: cansancio, vulgaridad, repetición, que se diluyen, en el mejor de los casos, en una bruma de énfasis lingüístico que produce distanciamiento. ¿Es que lo pide el pueblo? No seamos ingenuos. El pueblo se ha vuelto muy televisivo y reacciona espontáneamente con una sagacidad sorprendente. Sus asesores lo saben.

Ardo en deseos de adquirir el volumen de Catalina Pons, Comunicación no verbal, porque, de sus respuestas a Matías Vallés, imagino un texto tan inteligente como lúcido, tan útil como serio. A priori me atrevo a decirles: si conocen algún personaje público, de la rama que sea, regálenle un ejemplar porque nunca pierde el ser humano la capacidad de aprender y hasta de rectificar. Para situaciones degradadas, comunicadores válidos. No es tan difícil, y ahora lo tienen a mano. Y por supuesto, no tengo el gusto de conocer personalmente a Catalina Pons.

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