Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Daniel Capó

La generación de la democracia

Algunos sociólogos empiezan a hablar del creciente foso económico, ideológico y cultural que se ha abierto entre las distintas generaciones de españoles. Unos sitúan esa línea divisoria en 1970, otros lo posponen hasta 1975 o, incluso, hasta los primeros años de la década de los 80. Importa poco la fecha exacta, creo yo. Están los que se han educado básicamente en democracia y los que no. Están las generaciones nacidas entre los años 50 y 60, que, por lo general, han tenido acceso a un notable bienestar económico, gracias al fuerte crecimiento de nuestro país durante décadas, y las posteriores, que han sufrido con mayor rigor el impacto de la globalización y de las nuevas tecnologías. Esta división admite, no obstante, una relectura: las dos grandes víctimas de la crisis de 2008 han sido los más jóvenes y los que, superada la cincuentena, perdieron su trabajo y pasaron a engrosar las filas de parados de larga duración. Por supuesto, se trata de una interpretación muy básica, de brocha gorda por así decirlo.

Las generaciones de la democracia comparten ciertos rasgos en común. Uno de ellos ha sido la creencia, propiciada por las clases medias, de que existe una estrecha relación entre el nivel de estudios y el éxito económico y social, aunque se ha demostrado que en España no funciona exactamente así. Otro rasgo en común es la influencia cultural de los Estados Unidos de las series televisivas a la NBA y el correspondiente eclipse de Francia. La entrada en la UE fue un logro de las promociones nacidas durante la dictadura que asociaban correctamente a Europa con la libertad y el progreso y no de las democráticas. Una tercera característica es el desprestigio que sufren las jerarquías en todos los ámbitos, incluso en aquellos que, como el cultural, por definición deberían ser más propicios.

Los estudios sociológicos parecen subrayar que las generaciones de la democracia son más favorables a apoyar los nuevos discursos políticos que han surgido a lo largo de los últimos años: ya sea la ruptura con España, el reformismo soft de Ciudadanos o la retórica antisistema de Podemos. La politización de estos segmentos de edad va unida a una profunda desconfianza hacia cualquier institución; de la familia a la Corona, del parlamentarismo a la empresa, de la judicatura a la prensa, todo se pone en duda. Quizás no pueda ser de otro modo. Los relatos truncados dejan heridas profundas y un principio freudiano nos dice que el hijo desea matar al padre. Muchos de los que se han educado en la democracia han visto cómo se desmoronaba un buen número de seguridades y certezas la idea de un progreso fácil y lineal, el valor de la formación, junto al incremento del estrés y de la inseguridad financiera y profesional.

¿Hacia dónde se dirigirá dicha generación? No lo sé. Pero es probable que se estabilice poco a poco, a medida que la economía mejore y los cambios demográficos vayan imponiendo su ley. Supongo que la tecnología desempeñará un papel predominante en esta transformación, gracias a una mayor transparencia y a las oportunidades que proporciona. Seguramente, tendrán que enfrentarse, en algún momento, al colapso de muchos de los beneficios sociales que disfrutaron sus mayores. Sin duda, la fragmentación es una de las grandes amenazas de nuestro tiempo. Para combatirla, me parece urgente recuperar el discurso de lo común, reivindicar el valor de la cesión y el acuerdo, como hicieron nuestros padres y como deberemos hacer nosotros de nuevo.

Compartir el artículo

stats