Joaquín Guzmán Loera, alias 'El Chapo' ha chupado cámara como nunca habrá soñado cuando era un pobre niño que vendía naranjas. Su última y espectacular captura que ha ocupado la primera plana de los diarios de todo el mundo expresa una de las paradojas más desgarradoras de los seres humanos.

Por una parte su colosal imperio ha sido fruto de una astucia y un talento excepcionales, aunando capacidad en la gestionar hombres, negocios, poder y dinero. Pero además, y por sobre todo es el fruto de la libertad del transgresor. Un brillante ejecutivo con una completa base académica, puede tener una carrera exitosa basándose en las normas de funcionamiento de las leyes en general y de los mercados en particular, pero eso es una restricción.

Un transgresor de la ley, un delincuente, no tiene esa restricción. Por ejemplo, para 'El Chapo' las severísimas leyes aduaneras americanas y la prohibición de vender estupefacientes no fueron ningún obstáculo. Podría decirse que, en tanto transgresor, estuvo libre de la aprobación de la sociedad que lo etiquetó de criminal. Un niño bueno se debe a sus padres y maestras, pero da la impresión de que 'El Chapo' solo se debía a sí mismo.

Justamente esta es la sorprendente paradoja de su fracaso, el sucumbir a la vanidad de querer hacer una película sobre su vida, su contacto con Sean Penn, fue lo que condujo a los federales a su captura. Finalmente se rindió a la necesidad de que una película lo mostrara a la opinión pública, o sea a esa opinión que toda su vida se saltó a la torera. La vanidad es pura esclavitud a la mirada de los semejantes, a la imperiosa necesidad de su aprobación y, aunque parezca cursi, de su amor.

Para la psicología es un hecho incuestionable que no puede existir un humano sin la maldición, o bendición, según se mire, del reconocimiento de los otros. De hecho, una de las razones más frecuentes de los angustiosos trastornos de la autoestima se manifiesta como la sensación de "tener que pasar examen" o "tener que demostrar" en diversas situaciones de la vida social... y nunca es suficiente!

El filósofo Hegel estudió esta curiosa trampa y la llamó "la lucha por el puro prestigio". En la mitología griega Némesis, diosa de la venganza consigue que Narciso se ahogue por enamorarse de su reflejo.

Uno de los mejores fabulistas infantiles, Jean de La Fontaine, describió con perfección este drama encarnado en el vanidoso cuervo al que el astuto zorro, halagando su vanidad, consigue ponerlo a cantar y hacerle así soltar el queso. Como toda fábula tiene su moraleja, podría decirse que por más bueno que esté un queso, y por listo que haya sido quien lo consiguió, nada supera a nuestra tonta vanidad.

* Psicólogo clínico