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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Tormenta perfecta

Escribo esto mientras veo por internet el inicio del juicio por el caso Nóos. Hace diez o quince años, lo que se sabía de un juicio no solía ser mucho: el veredicto, por supuesto, y quizá algunas revelaciones de los testigos si eran escandalosas o sorprendentes o podían "dar un vuelco trascendental a la investigación", como se decía en el argot judicial. No mucho más. El interesado tenía que leerse las crónicas judiciales de los periódicos era una de mis secciones favoritas, o ver los breves resúmenes que aparecían en la televisión o se difundían por la radio. Pero eso era todo. Los juicios no se filmaban a diario como está ocurriendo ahora, así que el interés que despertaban solía limitarse a unos cuantos connoisseurs: unas pocas personas que no estaban relacionadas con el mundo del Derecho, pero que aun así se pasaban la vida asistiendo a los juicios porque les resultaban mucho más entretenidos que el cine o el fútbol (recuerdo un personaje de Dickens que sentía tal fascinación por el pleito interminable de Jarndyce contra Jarndyce que al final quedaba atrapado durante toda su vida por aquel caso). Acudir a presenciar los juicios era una forma de asomarse a la cara oculta de la vida, aparte de sentirse seguro y moralmente mejor (los crímenes, los robos, los engaños y las trifulcas familiares afectaban a los demás y no a uno mismo), y de paso servía para combatir el aburrimiento en las pequeñas ciudades de provincias donde nunca pasaba nada.

Pero eso ya es cosa del pasado. Y ahora sucede todo lo contrario: cualquier persona conozca o no el caso, le interese o no está viendo continuamente primeros planos de los acusados de un juicio y de los jueces y de los abogados y de los testigos en docenas de actitudes diferentes: declarando, aburriéndose, dormitando, escuchando a los testigos, rascándose la oreja, mirando al techo? Y ahora también conocemos cientos de pormenores que salen a relucir durante los interrogatorios o las declaraciones que forman parte del sumario, y esos pormenores, que en muchos casos afectan a la vida privada de los encausados y no tienen ninguna relevancia para el caso, se ven en la televisión y luego se difunden por las redes sociales, y mucha gente los da por verídicos aunque no estén probados ni sean nada más que eso, testimonios que a lo mejor son verdaderos o no. Pero eso da igual porque todos los consideramos verdaderos y enseguida los convertimos en memes satíricos y los difundimos y les damos credibilidad aunque quizá no la merezcan en absoluto. Y esto es así porque todos los encausados en un juicio ya nos parecen culpables, hayan sido sentenciados o no, se haya demostrado o no que han cometido un delito.

Eso es lo que llamamos transparencia. Y en muchos aspectos está bien que conozcamos todos los pormenores de los juicios, pero los que todavía conservamos un cierto respeto por la intimidad de los seres humanos incluso en el caso de que sean delincuentes peligrosos o estafadores que han robado grandes cantidades de dinero público, pensamos que estaría mejor que los juicios se llevaran a cabo a puerta cerrada y sólo fueran presenciados por periodistas y algunos invitados. Supongo que muy poca gente comparte este prejuicio, ya que casi todo el mundo prefiere esos juicios televisados en que podemos ver los rostros crispados y abochornados de los personajes, y así también nos sentimos moralmente mejores y satisfechos y hasta vengados. Es comprensible. Pero a mí ese espectáculo de los juicios televisados me parece muy desagradable, y además no creo que nos convierta en mejores ciudadanos, aunque mucha gente se considere mejor persona después de haber soltado un exabrupto "cabrón", "chorizo" contra esos encausados que miran al techo medio alelados, aturdidos, intentando aparentar que no están allí mientras están sentados en el banquillo de los encausados. Repito que soltar el exabrupto frente al televisor, mientras nos tomamos una cerveza con palomitas, no nos hace mejores ciudadanos. Y al menos deberíamos ser conscientes de ello.

Y otra cosa más. El juicio Nóos se alargará hasta julio, lo que significa que durante seis meses seremos bombardeados a diario con información muy delicada que afecta a la Familia Real. El desgaste que va a sufrir la institución monárquica, y con ella el Estado, va a ser muy importante, sobre todo en un país en el que se ha instalado la desconfianza y la desafección y el resentimiento. Y al mismo tiempo que sucede esto, no tenemos ninguna garantía de que haya un gobierno estable en el país, porque quizá las elecciones tengan que repetirse en mayo próximo. Es decir, que cuando se dicte sentencia por este caso, dentro de seis meses, es posible bastante posible que no se sepa aún quién gobierna el país. Y mientras tanto, en Cataluña ya se han proclamado los plazos dieciocho meses para la desconexión legal con el resto del Estado, lo que llevaría a una catástrofe económica y social sin precedentes en nuestra historia democrática. La tormenta perfecta.

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