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Meditación ante el Belén

Se trata de un belén bastante completo, con su musgo ilegal, su sonido de agua, sus puentes y cañadas, sus gallinas y ovejas, sus pastores, sus bestias y la Sagrada Familia en el pesebre. El camello es uno de mis animales predilectos, por su proverbial resistencia a la sed y por su expresión entre indiferente y desdeñosa. El verdor y frondosidad del paisaje no deja de ser una idealización de lo que en verdad debía de ser aquel territorio, mucho más áspero y mineralizado. Como idealizado ha sido desde siempre el rostro de Jesús que, según ciertos pintores y exégetas, tenía más bien un aspecto nórdico, cuando en realidad debió ser un hombre de aspecto mucho más vulgar, incluso inquietante. Por ahí corre una versión de lo que podríamos denominar "posibilidad de un rostro de Jesús", que no anima precisamente al optimismo idealizador.

Para romper la monotonía y los automatismos propios del montaje de cualquier belén, siempre se agradece algún motivo que desconcierte el contemplador y degustador de belenes: una oveja en alguna postura indecorosa, un paje que camina en dirección contraria al portal, una gallina patas arriba y en este plan. Recuerdo, creo que fue en el pórtico de la catedral de Salamanca, haber descubierto algo parecido a un astronauta. En fin, bromas que, sin ser ofensivas, le dan al conjunto un leve y amable toque de irreverencia. Como siempre que medito ante el espectáculo que despliega el belén, fijo mis ojos y mi pensamiento en mi tocayo, José, hombre discreto y admirable donde los haya, santo silencioso, padre putativo, Pepe y carpintero. Le hicieron padre virtuoso y virginal, cualquier excusa para darle al asunto un aroma milagrero y esquivar el espinoso asunto de la naturalidad carnal. Cuántas barbaridades habrá tenido que escuchar el bueno de José. Sólo por su oficio y para glorificar como bien se merece la artesanía que defiende, la Formación Profesional debería ganar en escalafón e importancia, en fin, en dignidad. Se dice que enseñó el oficio a su hijo. Ante nuestros ojos José siempre será el padre real de Jesús. Su intervención como varón tuvo que ser decisiva para la concepción del niño. Si algún día se me ocurre participar en algún belén viviente, me pediré el papel de José. Si se me deniega la petición, me conformo con defender con dignidad el papel del asno en homenaje a Cristóbal Serra.

En los belenes siempre falta o sobra alguna figura. Los pajes, como los peones de ajedrez, suelen escabullirse. Y, por supuesto, sobran gallinas y corderos. No sé por qué extraña razón, las gallinas se reproducen con pasmosa facilidad. Animal que sitúo en las antípodas del camello. Es decir, que les profeso una cierta antipatía. Así como existen figuras duplicadas o repentinamente ausentes, las hay que no acaban de sostenerse sobre su base y terminan por los suelos, acomodadas sobre el musgo. Para mantenerlas en posición vertical las solemos apoyar contra el tronco que sirve de cueva, aunque su postura, a todas luces forzada, no nos acabe de convencer. En cualquier caso, son figuras que tienen vocación horizontal y, tenaces ellas, acaban de nuevo echándose una envidiable siesta sobre el musgo. Que yo recuerde, algún que otro José ha preferido, después de muchos belenes, tumbarse a la bartola. Su silenciosa perseverancia ha acabado siendo invencible. Pero un belén con José tumbado es un belén muy poco serio y, por tanto, hemos tenido que suplantarlo, no sin dolor, por otro José más enérgico y dispuesto a soportar la posición vertical durante las semanas pertinentes. A pesar de su rostro algo alicaído, José resiste en el pesebre, eso sí, algo escorado pero sin caerse. De niño siempre me intrigaron la presencia bestial del buey y del asno. Alguien me dijo que dichas bestias desempeñaban una función calefactora y, por tanto, sus respectivas presencias en la escenografía eran del todo imprescindibles en las noches de invierno.

En fin, que van transcurriendo estos días algo abrumadores y ruidosos, cuando tendrían que ser ejemplo de silencio, tanto religioso como laico, y como telón de fondo la posibilidad o imposibilidad de pactos poselectorales. Otro belén, sin duda, si contemplamos con pereza infinita la perspectiva de unas nuevas elecciones. Pero, en el acto, vuelvo a mi belén y me fijo en la belleza de una lavandera y en el avance inmóvil de los camellos. El mismo avance que percibimos cuando vimos el otro día a Rajoy caminando sobre una cinta de correr. Caminar para no moverse. Puede ser o no ser una metáfora.

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