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Antonio Papell

Cataluña: Mas desahuciado

La sesión de "caza mayor" del pasado miércoles en Cataluña, que ha dado de nuevo plena visibilidad a la corrupción sistemática del nacionalismo catalán, ha supuesto la dramatización pública del gran disparate soberanista y ha cerrado definitivamente el paso a la investidura de Artur Mas como presidente de la Generalitat. La actuación implacable de dos prestigiosos fiscales -José Grinda y Fernando Bermejo- bajo la tutela del joven magistrado de El Vendrell Josep Bosch Mitjavila, al frente de la operación Petrum 3 que involucra a una veintena de empresas que habrían cotizado el famoso 3% -e incluso más- a cambio de concesiones de obras y servicios, está dando verosimilitud a uno de los artículos más críticos que la prensa internacional ha dedicado al conflicto catalán: el alemán Die Welt publicaba el 12 de octubre -y lo detectaba en Cataluña el nativo digital "dolçacatalunya.com"- un ensayo de Marko Martin expresivamente titulado "Die Separatisten-Mafia" en el que se desarrollaba la tesis de que el nacionalismo, con Artur Mas al frente, utilizaba el independentismo a modo de cortina de humo para ocultar el gran pantano de corrupción de los últimos años. La conclusión del artículo alemán es perturbadora: "las considerables sumas de dinero que los laboriosos contribuyentes catalanes creían que España les robaba iban a parar a los bolsillos de los representantes de su propio pueblo".

El recalentamiento del escándalo y los aparatosos registros realizados por la guardia civil -cuyos agentes, por cierto, han recibido muestras de simpatía y calurosas felicitaciones de muchos transeúntes- impide como es evidente que cualquier partido decente de Cataluña apoye a Mas en esta encrucijada. E incluso sería dudoso que la CUP aceptase a apoyar a la opción de recambio que CDC estaría planteándose presentar, la vicepresidenta Neus Munté, alter ego de Mas. Igualmente, esta secuencia de acontecimientos facilita a Esquerra Republicana deshacerse del abrazo convergente en las elecciones generales, a las que las dos principales formaciones nacionalistas concurrirán por separado, lo que permitirá medir el desastre provocado por la alucinada estrategia del todavía presidente en funciones de la Generalitat en el crédito de CDC. Si se cumple este pronóstico, no hay que descartar en absoluto que Ciudadanos se convierta en la primera fuerza de Cataluña, lo que desmontaría tanto la vehemencia nacionalista cuanto la expectativa de la independencia.

En estas circunstancias, todo indica que el bloqueo político de la autonomía catalana se alargará hasta el fatídico 9 de enero, fecha límite para la investidura, lo que obligará a convocar nuevas elecciones autonómicas en marzo, a las que ya no concurrirá una lista única soberanista y que se celebrarán en otro marco político español, probablemente más flexible que el actual y abierto a nuevas posibilidades.

Este proceso, dominado de momento por las ideas fuerza de la furia rupturista y el sustrato de corrupción indecente, discurre por la mayor etapa de desgobierno que haya padecido un territorio español desde la Transición. La autonomía catalana, titular de las grandes competencias -sanidad, educación, servicios sociales, etc., etc.- está literal y materialmente paralizada desde hace muchos meses (de momento, va a cumplirse un mes desde del 27S). La gobernación corriente está detenida y la administración funciona por pura inercia. Y esta irresponsabilidad de quienes tienen encomendada la gestión de Cataluña no puede pasar inadvertida por una ciudadanía atónita por el espectáculo indecoroso que se les brinda, por el cinismo de un nacionalismo que utiliza la nación como coartada y por el rostro de cemento de quienes se han enriquecido hasta la náusea bajo la pantalla del patriotismo.

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