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Antonio Papell

Cataluña bloqueada

Si se vuelve la mirada atrás, se advertirá que los dos contendientes principales de las "plebiscitarias" catalanas se han encastillado obstinadamente en sus respectivas visiones deformadas de la realidad para tratar de sacar ventaja, sin preocuparse del escándalo que su actitud simplista produce en una sociedad maltratada por la mala calidad de la política, que asiste atónita al espectáculo y sufre en carne propia las consecuencias negativas de tal proceder.

En el 27S, hubo dos derrotados evidentes: primero, Artur Mas, a quien los catalanes le han negado el apoyo minimo necesario para sacar adelante su aventura independentista el 50% inexorable de los votos, que, diseñada al margen de la legalidad vigente, sólo hubiera tenido cierta chance en el supuesto de un apoyo apoteósico. Y segundo, Rajoy, quien, además de haber visto cómo el 47% de los catalanes quiere marcharse del cobijo del Estado que el gobierna, ha sufrido un ruidoso varapalo en las urnas, tras situar en un gesto alucinante a un radical controvertido al frente de su partido en Cataluña.

Pues bien: tras este resultado formalmente ambiguo pero psicológicamente explícito, que resume la insuficiente presión catalana hacia una fórmula paccionada y de consenso que resuelva el contencioso, la reacción de ambos ha sido defender ciegamente su triunfo imaginario frente al adversario. Mas se siente legitimado para proseguir el "proceso" aunque la CUP, más radical que él, le haya dicho a la cara que es indecente su postura después de haber perdido el plebiscito en que él mismo había convertido la consulta. El de Antonio Baños es, por cierto, el mismo análisis que ha efectuado toda la prensa internacional, en la que la influencia de Rajoy debe ser más bien escasa.

Rajoy, por su parte, tampoco ha movido un milímetro su postura: su retórica oferta de diálogo, para hablar de todo menos de la sustancia del problema, pone de manifiesto que quien es todavía formalmente el líder del hemisferio político conservador no ha entendido aún que el problema catalán es también el problema español, porque el régimen, trabado con alfileres en medio de grandes dificultades, se ha quedado viejo y hay que reformular el pacto constitucional sobre esquemas territoriales más modernos y funcionales que complazcan a todos, reconstruyan los equilibrios perdidos y hagan operativa la solidaridad. La pusilánime prudencia que recomienda "no abrir el melón" de la Constitución está agostando este país y poniendo en riesgo su cohesión interior.

Es en definitiva muy preocupante ver como el 27S ha agravado el bloqueo en que permanecen desde hace tiempo las relaciones entre Barcelona y Madrid. Porque, tras estas "plebiscitarias" inquietantes, las formaciones estatales deberían estar basando sus programas para las generales en una profunda reforma del Estado que cierre las heridas abiertas y nos ponga realmente en la senda de la modernidad. Porque tan terribles es ver pasividad ante el desgarro de Cataluña como advertir que ese crecimiento económico de que tanto se alardea vuelve a apoyarse en las mismas arenas movedizas de antaño: no está habiendo un cambio del modelo productivo basado en la tecnología y en la educación sino un regreso paulatino al antiguo esquema: a este paso, la construcción (aún tímidamente pero en vertiginoso crecimiento) y la demanda interna volverán a ser los motores de la economía.

Desbloquear Cataluña es volver a poner en marcha el Estado. Y ello requiere un ímpetu nuevo en las fuentes de la política que deben ser los partidos. El PSOE tiene esta intuición reconocible, que previsiblemente se plasmará en un programa adecuado. Pero el PP, eternamente a la defensiva, se está convirtiendo en una rémora que podría frustrar el cambio inexorable.

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