El ultraderechista Víktor Orbán está llevando a Hungría a parajes dudosamente compatibles con los criterios democráticos de Copenhague, que debe abrazar cualquier país que pretenda pertenecer a la Unión Europea. Ha limitado hasta extremos preocupantes la capacidad de control del Parlamento sobre el gobierno y ha puesto trabas difícilmente digeribles a la libertad de prensa? Pero lo que colma el vaso de la paciencia europea es su guerra declarada a la inmigración y al derecho de asilo, que son pilares irrevocables del europeísmo. Para Orbán, Europa está siendo "inundada" por los inmigrantes, que constituyen una amenaza para "su modo de vida". Por todo lo cual, "Hungría y toda Europa están en peligro". No son palabras viejas: el primer ministro las pronunció el pasado lunes ante un Parlamento que acababa de aprobar una batería de leyes contra los inmigrantes, que ya son delincuentes y se exponen a largas penas de prisión si son aprehendidos después de haber entrado ilegalmente en el país. Otra norma ha autorizado al ejército a utilizar "armas no letales" contra tales inmigrantes. Lo grave es que los Veintisiete están aceptando esta posición miserable e intolerable, y han aceptado incluso la oposición de Hungría a admitir la cuota de inmigrantes que le correspondería después de la decisión comunitaria de admitir a 120.000 asilados provenientes sobre todo de Siria. Ante tal cerrazón, Bruselas debería actuar con más energía y rigor. Y con la amenaza de dejar a Hungría fuera de la UE.
