Diario de Mallorca

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Tal y como escribí en varias ocasiones, siempre he mantenido una excelente relación con Cataluña y con un montón de amigos catalanes a lo largo del tiempo. A los diez años, con mis padres, la visité por primera vez y quedé fascinado por la Barcelona de entonces, sin lugar a dudas la primerísima ciudad española por su intensidad cultural, su urbanización privilegiada y además por su incalificable sabor a un estilo que poco más tarde acabé por definir como "europeo", sin saber exactamente lo que deseaba decir.

En 1957, cuando ingresé en la Compañía de Jesús y traté con muchos connovicios catalanes cerca de Tortosa, a la vera del Observatorio del Ebro, comprendí mucho mejor lo que significaba el calificativo que le había otorgado: eran unos tipos diferentes a nosotros, más plurales, más abiertos y además más cultos. Fue la primera vez que me sentí insular, alejado de tantísimas realidades como poseían mis compañeros catalanes, algunos, para colmo, barceloneses. Estuve siete años formándome en Cataluña, y puedo afirmar que mis más profundas raíces ignacianas las bebí en esa tierra que ahora nos provoca comentarios y preocupaciones en cadena y en aumento. Porque resulta que dentro de tres días deberá decidir si permanece como parte de España, con todas las peculiaridades que se quiera, o por el contrario nos lanza un grito histórico de independencia nacionalista. Y me siento afectado, como si pudieran quitarme algo de mi propio ser.

Esta es la verdad, pocas veces comentada como periodista por la sencilla razón de que jamás me imaginé que una cosa tan grave para todos fuera a suceder. Ingenuamente, di por hecho que, a pesar de todo, Cataluña albergaba un núcleo histórico que la vinculaba a España. No es así. Un numeroso grupo de catalanes no desean en absoluto ser españoles, antes bien desean con toda su alma borrar toda pertenencia y relación constitucional con el resto de españoles para erigirse en nación, dicen ellos, completamente libre por liberada, hasta el punto de que podrán mirarnos de igual a igual, y añaden que maravillosamente bien en todas las dimensiones de la vida. No lo creo, pero solamente me queda esperar al 27 lo que dictaminen las urnas. Todo lo demás es palabrería inútil ante esta sentimentalización de la historia y de la correspondiente decisión histórica. Ellos verán. Ellos decidirán. Puede que la separación comience a realizarse o, por el contrario, que los llamados con desprecio "españolistas" se hagan con la mayoría e impongan una situación de grave inestabilidad interior. Pero repito, una vez manifestada mi actitud de pesar ante lo que pueda suceder en la dinámica independentista, sólo me queda escribir estas líneas de tristeza y desolación.

Porque la verdad es que nunca volverán las cosas a ser como antes, como ahora mismo, cuando, a trancas y a barrancas, participábamos de un mismo proyecto europeo y mundial.

El 27 los catalanes comenzarán un proceso radical en su tremenda "huida hacia adelante". Nunca sabrá del todo Artur Mas lo que ha conseguido. Aunque más tarde se deshagan de su sonrisa irónica, casi cínica, con la que reacciona ante las cámaras, sobre todo si se trata de cámaras madrileñas, españolas, despreciables. Franquistas, en fin. Mientras el señor Junqueras le contempla como quien degusta de antemano el sabor de su presa. Y uno piensa en Tarradellas. Sí, aunque les parezca extraño, uno piensa en Tarradellas, que llegó del frío del exilio, escaleras del avión abajo?

Pues bien, tengo decidido permanecer adicto a la Cataluña que me formó al comienzo de mi aventura personal, aunque ella misma me contemple con desprecio por el mero hecho de ser español. Qué le vamos a hacer. Mis raíces catalanas permanecerán como parte del árbol posterior. Mis formadores intelectuales y religiosos nunca abandonarán mi personalidad suceda lo que suceda. Mi comprensión del ignacianismo seguirá en deuda con mis maestros catalanes. No renunciaré a pasear por las identitarias calles barcelonesas. Seguramente, el espíritu europeo de mis años más jóvenes estará ahí. Y a la vez, no abdicaré de ser español pero que ama a Cataluña con todo su corazón, suceda lo que suceda. Porque para mí, Cataluña está por encima de quienes desean separarnos para siempre. Qué tristeza. Qué desolación. No lo puedo evitar.

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