Diario de Mallorca

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El dolor y la angustia se vuelven a apoderar de nuestro espíritu al leer las noticias que llegan de la antigua Mesopotamia. El Estado Islámico, (IS, siglas en inglés) ese monstruo terrorista yihadista asentado en Siria e Irak, acaba de reducir a escombros el templo de Baal en la antigua ciudad de Palmira. Estos salvajes aplican de forma extrema la Sharia, ejecutan, decapitan, destruyen, raptan, violan. Legitiman la esclavitud sexual con la anuencia de los teólogos al servicio de su gobierno, es más, formalizan contratos notariales de compraventa de niñas y niños para su explotación en serrallos, con el argumento depravado de que esto atrae a nuevos combatientes y que beneficia "espiritualmente" a sus huestes.

En las riberas de los ríos Tigris y Éufrates se desarrollaron las primeras artes, la cultura, la ciencia, la primera rueda, el primer sistema de cálculo, la primera escritura labrada, sobre tabletas de barro, la primera ciudad y el primer código legal. Mesopotamia fue el primer imperio y la cuna de nuestra civilización. El EI tiene como objetivo borrar esta memoria en nombre del Islam. Hasta hoy ya ha destruido Hatra, el museo de Mosul y más de trescientos emplazamientos históricos.

Palmira, cuyo nombre en arameo significa "ciudad de los arboles de dátiles", situada en la ruta de la seda, en pleno desierto, fue construida en el siglo I a.C. y conquistada por Marco Antonio que según Plinio el Viejo la convirtió en provincia romana. Gracias al comercio próspero de forma extraordinaria hasta lograr ser un imperio independiente. La ciudad es una pieza fundamental del urbanismo y de la arquitectura grecorromana. Fue declarada patrimonio de la humanidad junto con Alepo, Basora, Damasco o Crac de los Caballeros. Recuerdo la impresión que me causó en mi viaje a Siria, tanto la vía principal con su columnata como el templo de Baal.

En el año 267 a la muerte de Séptimo Odenato, su esposa Zenobia declaró la independencia de Palmira del imperio romano. Fue un corto reinado pero brillante, Zenobia fue una reina guerrera que con el pretexto de proteger el imperio romano de oriente del peligro de los sasánidas, extendió su monarquía desde el Éufrates hasta Egipto. La capital creció y se desarrollo hasta llegar a alcanzar los 150.000 habitantes, se construyó una muralla de 21 kilómetros que rodeaba la ciudad y el interior fue realzado con avenidas, templos, columnas corintias y más de doscientas estatuas, algunas superaban los quince metros de altura.

El emperador Aureliano preocupado por el enorme poder que estaba teniendo Zenobia decidió acabar con la independencia de aquel reino y envió varias legiones para atacar Palmira. Zenobia fue derrotada y conducida a Roma, atada con cadenas de oro, para ser juzgada. Una vez en Roma, Aureliano impresionado por la personalidad y belleza de Zenobia decidió liberarla y concederle, de por vida, una villa dentro de la península itálica, concretamente la villa de Tibur, hoy Tívoli.

El Templo de Baal estuvo dedicado al dios del cielo, de las tormentas y del comercio, al que Zenobia debió de acudir con frecuencia. Hoy ha quedado reducido a escombros por la estúpida razón de que el EI considera idolatría mantener cualquier monumento u obra de arte preislámica. Si esta locura sigue y seguirá, el EI continuara con la destrucción sistemática del patrimonio histórico. Estos bárbaros ignorantes van a terminar con cualquier vestigio de aquella civilización si la comunidad internacional no actúa con decisión ante estas atrocidades. EE UU, a pesar de su endeble visión y Europa con su anémica actitud, tienen la responsabilidad histórica de defender la civilización de la infamia y la atrocidad.

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