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No, gracias

En el imaginario pancatalanista persiste la idea colonialista, una especie de imperialismo de baja intensidad aunque igualmente ofensivo y despectivo. De un paternalismo absorbente que ya empieza a irritar. Una ficción que, a fuerza de insistencia y aprovechando la desidia del, para ellos, contrincante, acabará por adueñarse de la realidad. Se han inventado un lenguaje que, a fuerza de ser repetido, puede acabar siendo palabra del Señor, amén. Ellos, en su testarudez anexionista, pueden ofrecer la nacionalidad catalana a quien estimen oportuno. Ahora bien, no caigamos en el error de asentir como quien da la razón a los locos y ponernos a hablar de otra cosa. Porque ellos se lo toman muy en serio. Alguno habrá que quiera sumarse a lo que llaman "nación cultural y lingüística", pero se olvidan que somos muchos los que, aun a regañadientes, nos consideramos españoles y mallorquines. Lo digo sin énfasis ni drama, pues muy a menudo he sentido vergüenza de mi nacionalidad y he renegado con energía de ser español y mallorquín. De hecho, a los españoles nos ocurre bastante y no por ello vamos a dimitir. Los vínculos culturales, ya puestos, pueden llegar hasta Andalucía, Asturias, Castilla, Extremadura y cualquier rincón de la Península Ibérica, incluyendo a mi querido Portugal. Este sentimiento de tremenda autocrítica también forma parte del hecho de ser español, cosa grave y goyesca donde las haya. No quiero más nacionalidades, gracias. Lo digo, de nuevo, sin subrayar en rojo mis palabras: a veces, me revienta ser español, pero no por ello uno va a dejar de serlo para abrazar otra nacionalidad. España, país cainita donde los haya, produce en su seno odios, furias y amenazas de divorcio. Y parece que habrá que acostumbrarse a ello. En cualquier caso, uno es español y mallorquín a su modo.

En Cataluña viven una inflamación sentimental de altísima graduación. Basta con echar un vistazo a la prensa y a los medios de comunicación en general o, en fin, de la Generalitat. La radio y la televisión catalanas se han sumado sin rubor a la causa independentista. Es muy grave este tema: un periodismo entregado al poder es una contradicción en sus términos. Es la muerte del periodismo, por decirlo rápido. Un seguidismo triste. Un periodista palmero deja de ser lo primero para ser eso, un mero hincha. Hacen gala de un forofismo y de un servilismo que produce entre empalago y grima. Algunos hablan de formación del espíritu nacional a la catalana. Ya casi no se informa ni se investiga. Todo huele a consigna y a adoctrinamiento, a tapar las vergüenzas y, sobre todo, a exagerar las ajenas. Como si todos los males del universo los fuera administrando el perverso Madrid, la bruja España y ellos, faltaría más, estuvieran exentos de responsabilidad alguna. Es un cuento de hadas que hasta los niños comienzan a verle la trampa. Tanta bondad, tanta pureza empiezan a ser altamente sospechosas. Aun así, los medios de comunicación, generosamente subvencionados por la Generalitat, están diseñando una Arcadia que es fruto del voluntarismo cegado y cegador de quienes han aparcado o, peor aún, renunciado a activar su espíritu crítico para darle a la eterna y cansina matraca de las consignas de rigor: "nosotros somos los buenos, ellos son los malos." Y cuidado, pues el arco es amplio: desde un par de monjas, pasando por un filósofo que ha dejado de pensar para entregarse ciegamente a la causa, véase Rubert de Ventós, hasta el karmelemarchantismo más acendrado. Cosa fina.

Tienen prisa, pues algunos tienen ya una edad y querrían ver el sueño hecho realidad, y es normal que se les caliente la boca. No, gracias, señor Gordó y compañía. Con la nacionalidad española y el lugar de nacimiento ya me las arreglo yo como buenamente pueda. Bastante trabajo hay. Y lo que me molesta es que, por culpa suya, me hace usted pensar en eso tan fatigoso como es la nacionalidad de cada cual. Un asunto sobre el que apenas invierto tiempo. No me haga usted pensar en mi españolidad accidental. Que vuestra inflamación sentimental y nacional no nos salpique. No sea usted codicioso. Y no olvide que muchos estamos bien así como estamos. No siendo españoles, mallorquines, catalanes o portugueses. Simplemente, siendo, que ya es mucho. Lo que ocurre es que, crecidos y engordados por esta inflamación nacionalista, por esta fiebre de país, muchos están convencidos de que los habitantes de Valencia y Balears no estamos pensando en otra cosa que en sumarnos a una hipotética, delirante y falaz Gran Cataluña. Gordó ya lo dijo: "para ello se requiere paciencia y astucia." Ojo, pues.

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