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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Filisteos y demagogos

A poco que uno reflexione sobre las iniciativas de los nuevos gobernantes en lo que se refiere a las relaciones institucionales, le entrará la duda de si se corresponden con la torpeza propia de los neófitos, compatible con el desconocimiento del papel que por el voto de los ciudadanos se les ha concedido, o son el resultado de un plan preconcebido, de una voluntad clara de alterar las reglas de juego vigentes hasta ahora entre representantes institucionales. Vaya por delante que el cambio de las reglas de juego es un desiderátum que goza de una gran aceptación entre muchos ciudadanos. Pero deberíamos tener claro, para no confundir a la gente, que una cosa es cambiar las reglas de juego, es decir, proceder a cambios constitucionales en diversos campos, forma de Estado, ley electoral, concepción del Senado, estricta división de poderes entre ejecutivo, legislativo y poder judicial, democracia interna en los partidos controlada por la justicia, cambios en el título VIII, etc., y otra es la forma de relacionarse los representantes institucionales sean cuales sean las reglas de juego en vigor.

Y esto parece que no lo tienen muy claro los nuevos ocupantes de las instituciones de Balears. Un presupuesto evidente y que no debería requerir mayores explicaciones por su carácter permanente en toda estructura de poder, especialmente si es una estructura democrática, es que quienes ejercen ese poder, adquieren su legitimidad no exclusivamente por haber conseguido el apoyo de una mayoría social, sino por el compromiso tácito y explícito de que la tarea de gobierno debe dirigirse no a favorecer los intereses de quienes les han aupado, sino los intereses de la sociedad en su conjunto. Un programa de gobierno que merezca tal nombre es el programa para todos que concibe o respalda una mayoría con una determinada visión de cómo ha de organizarse la convivencia. El corolario que se sigue de esta inevitable concepción en democracia de lo que es el poder y para qué debe o debería utilizarse, es que los gobernantes elegidos no representan a quienes les han votado sino a todos los ciudadanos. De ahí se sigue que el gobierno es el gobierno de todos, la justicia es igual para todos, que las leyes se aplican por igual a todos. Todo la acción de gobierno que se aparte de estos supuestos implica la degradación del sistema político y la democracia se convierte en un simulacro donde reina el sectarismo, el clientelismo y la arbitrariedad, que son las semillas del conflicto, la inestabilidad y la división social.

Miquel Ensenyat, presidente del Consell de Mallorca, después de ser recibido por Felipe VI en Marivent, declaró que consideraba importante que los reyes vengan a pasar sus vacaciones en Mallorca porque "vivimos de la imagen". Cabe pensar, sin riesgo de equivocación, que si no fuera porque la estancia de los reyes en Mallorca beneficia nuestra imagen y, por lo tanto es un factor positivo en nuestra economía, focalizada casi en su totalidad por el turismo, sería contemplada con desdén por la persona que representa a todos los mallorquines. Ensenyat no solamente ofende gratuitamente a los reyes, les acepta por el dinero que supuestamente ayudan a recaudar, mostrando un filisteísmo repugnante, sino que ofende a todos los mallorquines a quienes debería representar mejor, atribuyéndoles, como representante máximo suyo, este mismo carácter filisteo. No es necesario ser monárquico para ser respetuoso y agradecido por el hecho de que Felipe VI veranee entre nosotros. Basta, si se es leal con las instituciones y la legalidad vigentes, independientemente de que se pueda tener la voluntad de cambiarlas de forma radical, con serlo porque el jefe del Estado al que, al menos de momento, pertenecemos, escoja nuestra isla al que por su biografía está tan ligado para pasar sus vacaciones. Lo contrario, esta expresión de codicia fenicia en boca del máximo representante de Mallorca, que cree así cumplir simultáneamente con el interés económico y con el interés político sectario de quienes auspician el secesionismo, lo que hace es, precisamente, hundir nuestra imagen.

Si el filisteísmo es uno de los atributos que adornan a Més, la demagogia es la característica principal que ofrece Podemos. Xelo Huertas en su visita protocolaria con coche oficial a Felipe VI en Marivent le pidió al rey la supresión de la recepción en el palacio de la Almudaina, para dedicar su coste "a una asociación o un comedor social", "dada la situación que hay en estos momentos de crisis". No tengo datos sobre el coste de la recepción pero no creo que sea desmesurado en absoluto. Y a la hora de establecer prioridades en materia de ahorro de gastos corrientes permanentes en sueldos y asesores en el propio Parlament y Ajuntament de Palma, no parece que Xelo Huertas y sus conmilitones hayan tenido tantos escrúpulos morales y consideraciones en estos momentos de crisis.

La presidenta del Parlament, que parece disfrutar del protagonismo que dan los micrófonos, se explayó a gusto contando lo bien que aceptaba el rey la apertura parcial de los jardines de Marivent. Bien, independientemente de lo interesantes que puedan ser los chascarrillos hechos públicos por uno de los protagonistas en un encuentro protocolario, no tienen más sustancia que ésa, chascarrillos. La tradición y la costumbre aconsejan precisamente lo contrario: la discreción, porque lo tratado en una reunión protocolaria carece de la relevancia de los actos políticos y administrativos que en cualquier nivel institucional puedan celebrarse, que sí tienen interés publico. Veremos el impacto ciudadano que pueda suponer la apertura de los jardines de Marivent. Dudo de su interés botánico y paisajístico. No hablemos del interés arquitectónico del propio Palacio. Toda esta movida suena más a débil sucedáneo del placer de los sans culottes pisando los mármoles del Palacio de la Tullerías en 1792 que el III Pacte de Progrés se ha impuesto a sí mismo para demostrarse lo progresistas y revolucionarios que son, que a recuperación para la ciudadanía de un elemento central de su cultura. No llega ni al Manderley de Rebecca. Auguro decepciones. Como no podía ser menos, también se explayó la locuaz presidenta con el impacto de la presencia de los reyes en Mallorca. Abundó en el filisteísmo de Ensenyat: que no tienen porqué no ser bienvenidos si hacen bien a Balears y la imagen que de ellas hagan en el exterior es positiva para la economía, y bla, bla, bla.

No se atreven con su verdadero pensamiento y caen en la ofensa. No saben comportarse. Yo, de Felipe, me largaba.

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