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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Nivel, Cecil, Regí, 27S

Més y Podemos desconciertan no sólo al público en general, también a sus bases. El nombramiento de un aristócrata designado por Jarabo al margen de los procedimientos establecidos para la Sindicatura de Cuentas, sume en la perplejidad a las bases circulares. Por la demostrada polivalencia ideológica del ungido por la jefatura y por su deriva hacia un perfil de aristócrata rojo que hace honor a la tradición tremendista española (nobleza, toreros, comunismo libertario, poetas, desarrapados, en alegre tumulto) que tan bien supo encarnar Luisa Isabel Álvarez de Toledo, la Duquesa Roja. Los nombramientos de Biel Barceló no se quedan atrás en la capacidad de asombrar e irritar a los suyos. O no tienen cuadros políticos para asumir responsabilidades o sueñan con ovejas eléctricas que les trasmutan el raciocinio en cacao mental. Que sus antiguos cuadros reclamen suprimir el privilegio del complemento conocido como nivel 33 a los nuevos cargos políticos pero que los mantengan para ellos, como el esforzado y meritorio Antoni Verger, que lo ha solicitado hace unas pocas semanas, rompe el discurso regeneracionista. Es puro y duro mantenimiento de privilegios de casta. Entre otros, de quienes se llenan la boca de patria cuando piensan en patrimonio.

El león Cecil ocupa las portadas de todos los medios. Periódicos impresos, digitales, Facebook, televisiones, todos con la imagen del pobre Cecil. No me crean contrario a la defensa de los animales. Estoy muy reconocido a las teorías de Peter Singer. Pero no me explico el protagonismo diario desde hace unas dos semanas del pobre Cecil. Y no porque no simpatice con su causa y me produzca profundo asco el comportamiento del dentista Walter James Palmer (ha tenido que cerrar su clínica dental en Minnesota) acabando tras cuarenta horas de agonía con un espléndido ejemplar de felino en peligro de extinción, por 50.000 cochinos dólares. Pero que la faz del felino mártir ocupe más espacio que el elefante cazado por Juan Carlos I en Botswana, que sólo ejercía de telón de fondo de una fotografía que debería avergonzar para siempre a quien posaba, es sorprendente. Ni hablemos de la imagen de inmigrantes ahogados en el estrecho de Sicilia. Cuando enciendo el televisor para enterarme de las noticias de este julio infernal lo apago enseguida. No puedo contemplar las recurrentes imágenes de los incendios diarios que siguen arrasando e iluminando las pantallas plasmáticas y digitales. Ni las del pobre Cecil, que me recuerdan que el dolor animal procede igualmente de cabrones insensibles y de ingenuos demasiado sensibles: los animalistas más entusiastas requieren a la autoridad regeneracionista que suprima las calesas para evitar el sufrimiento de los nobles jacos. Que serán dirigidos raudamente hacia el fin de todo sufrimiento: la muerte en el matadero como liberación (De los efectos involuntarios de los actos humanos).

Hagamos un aparte en este cruel verano de serpientes para una mujer. Bien, más que para una mujer, para la presencia espectacular en estas páginas de una mujer que dirige con mano de hierro en guante de seda una gran parte de la sanidad privada de la isla, las clínicas Rotger y Palmaplanas Quirón, Rosa María Regí, una especie de madre Teresa al revés, una madre Teresa del capital (la nata y la flor del empresariado), que cuida de nuestra salud corporal y religiosa en su propio beneficio. Beneficio moral. Yo nunca he visto unos crucifijos tan bien dispuestos en una habitación como los de la clínica Rotger, sobrevolando el dolor. Pero este no es un comentario sobre la eficacia regeneradora de la iniciativa privada sobre nuestras necesidades, tan parcamente tratadas por la sanidad pública. Es sobre su tupé. Doña Rosa luce espléndidamente con un tupé que no solamente eleva su estatura hasta casi rozar los cielos de los católicos, sino que le confiere una imagen con la que ni siquiera podría haber competido David Bowie en sus mejores años. Imagen de tinte, imagen de laca, imagen de glamur. Para ello doña Rosa no ha tenido que recurrir a los servicios de Tele5 que con su programa Cámbiame hace las delicias de los telespectadores y afortunados disconformes con su tela y su jeta. Doña Rosa es una visionaria autoconstruida de la gestión empresarial que, con su enhiesto tupé a modo de chacó, dirige un batallón de sanitarios, monjas y personal auxiliar con mucha más eficacia que con la que fueron dirigidos los Cuirassier napoleónicos por Joaquín Murat.

Aunque nos resistamos, no queda sino hablar del 27S, del procés hacia la independencia del nacionalismo catalán. La primera noticia es que el gran mito caído del nacionalismo, Jordi Pujol, se ha trocado en escritor y redacta un libro sobre el honor en la historia ("El honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios"). Pujol y honor, permítaseme la pedantería estival, es un oxímoron sólo explicable por los efluvios hipéricos del incendio nacionalista. Rajoy, acusado de inmovilismo por aquellos que sueñan con una negociación que contemple a Cataluña sea como Estado Libre Asociado, como Estado de la Confederación Ibérica o como país conveniado al estilo de Euskadi o Navarra, ha destapado su carta: Xavier García Albiol. Algo se mueve, con altura. Y en un sentido contrario al mantenido hasta ahora: una dureza que ate los votos de los partidarios de la confrontación caiga quien caiga. La política de Rajoy, a mi parecer, ha orillado, quizá hasta la exasperación, la dinámica de enfrentamiento a cara de perro soñada por Mas, limitándose a denunciar ante el Constitucional los excesos de un nacionalismo al que se quería ver cocerse en su propia salsa. No ha sido mala táctica hasta que parece llegada la hora de la verdad. Nadie sabe lo que pasará, pero que las encuestas reflejen una mayoría social opuesta al independentismo que propugnan CDC, ERC y la CUP, anuncia una Cataluña dividida y agónica. Nuria Amat escribe que todo nacionalismo antepone patria a cultura, lengua a libertad, división a pluralismo, manipulación a verdad, provincianismo a cosmopolitismo. Es cierto. Mas ha propiciado, para salvarse, él y su partido, el procés independentista frente a la emergencia social de un país arruinado por su dirigencia corrupta. Cultura, libertad, pluralismo, verdad, cosmopolitismo, son vectores de fuerzas centrífugas que trascienden fronteras, vectores de la tensión de sobrepasar el límite, expansiones hacia afuera propias de la naturaleza de las cosas, pura entropía positiva. El nacionalismo es tensión de ingeniería social hacia adentro, centrípeta, destinada a contrarrestar a las anteriores. Sus esfuerzos no están dirigidos sino a la cohesión que solamente proporciona la identidad; entropía negativa. Todo lo demás es secundario, todo lo que hace a los países más justos, más ricos, más libres.

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