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Cataluña sin discurso

El impetuoso turbión soberanista, muy heterogéneo, que se estrellará el 27S en una ilegalidad inconcebible que ninguna democracia solvente puede tolerar, no ha sido capaz de enjaretar un discurso positivo, ilusionante, con mínimas dosis de emoción. El planteamiento de Artur Mas, al que se han ido adhiriendo organizaciones bien poco afines, es meramente rupturista a la contra, puesto que plantea la independencia no como un objetivo apetecible en el que desarrollar un proyecto atractivo, sino como una evasión, una huida para escapar de no se sabe bien qué cadenas estatales que estarían impidiendo ignotos designios de los catalanes.

El gesto de Mas y quienes lo secundan es torvo, malcarado, no hay en él ni una sola dosis de grandeza, quizá porque es demasiado evidente que uno de los objetivos de la ruptura es correr un tupido velo sobre la gran corrupción que ha caracterizado al gobierno introspectivo de CiU durante tanto tiempo. Saben todos los integrantes de la candidatura independentista que la única manera de exonerar al patriarca y a su familia, de recomponer los trozos de un nacionalismo violado por el abuso de una burguesía dominante que no ha tenido escrúpulos, es romper con el Estado, es decir, con la Agencia Tributaria y con la Audiencia Nacional.

Lo grave, en fin, no es tanto que los soberanistas traten de imponer sus tesis sino que la política catalana se haya degradado hasta extremos inquietantes. Costará mucho recomponer la deteriorada democracia en Cataluña.

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