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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Demagogia

Abunda la demagogia de las formaciones políticas. La experimentamos con Zapatero y con Rajoy. Consiste en la formulación de promesas que satisfacen las expectativas del público y que se sabe que no podrán ser cumplidas. El demagogo halaga al ciudadano no exponiendo la verdad de la situación del país y sus vías de solución, sino presentándolas al gusto del auditorio. No es un fenómeno de ahora. Ya en la antigua Grecia estaba perfectamente catalogada. Lo que la hace posible es la complejidad de la realidad. Si la realidad es tan compleja que ni sus más cualificados expertos se ponen de acuerdo siquiera en su diagnóstico y muchísimo menos en sus terapias, ¿cómo podría existir capacidad de juicio certero entre quienes no cuentan con la preparación y recursos necesarios para analizarla?

Es evidente que la ciudadanía está más expuesta a la demagogia en la medida que cuente con menos formación sobre el funcionamiento del mundo que aportan las ciencias, las duras y las sociales. Pero formarse exige recursos y esfuerzo que, en el primer caso, no está al alcance de todos. Por eso nunca será excesivo el compromiso de una sociedad con la educación si realmente aspiramos a una sociedad en la que los ciudadanos sean más libres y las instituciones más justas, eficaces y procuradoras de bienestar espiritual y material. Una sociedad cae en manos de los demagogos si está poco formada. Y la poca formación se traduce inevitablemente en puerilidad al enfocar los problemas sociales que nos atañen. El mundo de la puerilidad es el mundo en el que las emociones reinan sobre las razones, en lugar de acompañarlas. En que hemos dividido al mundo de forma maniquea entre buenos y malos y nosotros nos hemos situado, por supuesto, ente los buenos, sin prestar atención a las consecuencias lógicas de nuestros posicionamientos. Veamos algunos ejemplos que se han dado esos últimos tiempos.

El debate sobre las famosas concertinas en las vallas de Ceuta y Melilla para frenar la entrada de inmigración ilegal fue un ejemplo de falso debate sustentado en la emoción. Había que quitarlas por inhumanas. Pero quitarlas supone facilitar el paso de las vallas. Puestos a facilitarlo lo más lógico es quitarlas. Quitar las vallas es tanto como llamar a la inmigración. Hacerlo supone dar entrada en el país a miles, centenares de miles, millones quizá de personas. Esto supone el colapso de la sanidad, de la educación, de los servicios sociales, de nuestra economía, en suma el colapso del país. ¿Esto contradice la necesidad de promover desde las naciones del primer mundo el desarrollo de África? En absoluto. ¿Que los países colonialistas tienen una especial responsabilidad por el dominio y la explotación de los recursos naturales de muchos países? Sin duda. Pero cuestiones clave pueden ser: ¿Estarían dispuestas las sociedades occidentales a disminuir su nivel de vida y consumo para que los aumenten los países poco desarrollados? Algo de esto se está viviendo por el aumento del nivel de vida de los países emergentes debido a la globalización. Y estamos viendo las resistencias que está generando. Y otra cuestión: admitida la culpa y responsabilidad del colonialismo, ¿son éstas eternas o tienen alguna fecha de caducidad?

Otro ejemplo de demagogia y puerilidad es la condena sin paliativos a Ángela Merkel en las redes sociales españolas por provocar el llanto de una niña palestina al explicarle la imposibilidad de aceptar la acogida de inmigrantes de un país como Líbano que no está en guerra. Por mucho que intentara consolar a la niña. Es decir se debe mentir para no afectar a alguien sometido a emociones muy fuertes. O lo contrario, hay que poner en marcha políticas de inmigración adicional en uno de los países más solidarios, contraviniendo la legislación, para no herir los sentimientos de una niña. Frente a España, con un reducido número de refugiados políticos, Alemania alberga más de medio millón. Desde noviembre Alemania ha acogido 20.000 mientras España ha acogido 130. Del reparto planteado en este mes de julio de 40.000 refugiados, España sólo acepta 1.300, menos de la tercera parte de lo que le solicita la UE.

El episodio demagógico reciente más llamativo fue la campaña electoral de Syriza que condujo a Tsipras a la jefatura del gobierno griego. El programa prometía sacar adelante al país rompiendo con la política de austeridad marcada por Alemania (nunca explicaron cómo). Pero el estrambote fue la convocatoria apresurada del referéndum en contra de las medidas impulsadas por la Troika como condición para un tercer rescate de la economía griega ante el fracaso de los anteriores, que supusieron 200.000 millones de euros. Damos por supuesto que hay una responsabilidad europea en la situación de los países mediterráneos por la deficiente implantación de la moneda única. Incluso en aceptar a Grecia en el euro. Pero esto no es argumento suficiente para que se pueda obviar la responsabilidad de los gobernantes de estos países en el fracaso estrepitoso de sus economías. Por la demagogia, por el clientelismo, por la corrupción. Grecia es un país en bancarrota. Y es muy dudoso que sea una estrategia racional acusar de criminales y terroristas a quienes solicitas que te presten su dinero para pagar las pensiones, a los funcionarios, para capitalizar a tus bancos. Es lógico que quienes prestan el dinero pongan unas condiciones para asegurarse de que los préstamos sean devueltos. Pues bien, lo extraordinario es que mediante un referéndum pretendieran los griegos dictar al resto de europeos las condiciones del rescate. Y que identificaran esto con la democracia. Que pretendieran asustar a Europa con un acercamiento al nuevo zar de Rusia y movilizando a Obama para conseguirlo. Pero lo más extraordinario es que Tsipras, después de negar a Iglesias en el parlamento europeo y desoír la llamada del líder de Podemos a resistir hasta las elecciones generales españolas de final de año, aceptara unas condiciones de rescate mucho más duras de las ofrecidas por los negociadores europeos antes del referéndum: "Asumo el haber firmado un acuerdo en el que no creo". ¿Cómo puede un gobernante firmar algo en lo que no cree? ¿Cómo puede impulsar Tsipras unas políticas en las que no cree? No puede. Se trata sólo de la vieja política que ya está justificando Pablo Iglesias: era una situación límite. No. Es el poder. Tsipras debió hacer lo que no hizo y debió hacer Zapatero: convocar elecciones anticipadas y dimitir. Ni hablar. Respecto al simbolismo de Grecia, Tsipras no ha estado a la altura. Cuando Antípatro, general de Filippo II, amenazó violentamente a los lacedemonios para forzarlos a cierta demanda suya, éstos le replicaron así: "Si nos amenazas con algo peor que la muerte, preferimos morir". Pero de esto hace casi 2.400 años.

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