Diario de Mallorca

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Una vez más, el himno nacional de España ha recibido una pitada estruendosa con motivo de la final de la Copa del Rey. Si eso pasa cada vez que la juega el Barça, el Athletic de Bilbao o la Real Sociedad es decir, casi siempre la bronca se multiplica cuando, como en esta ocasión, coinciden en la final un club catalán y otro vasco. Se sabía lo que iba a suceder y los periódicos más contrarios al nacionalismo, como son casi todos los de Madrid, se hartaron de anunciar lo que nadie ignoraba. Con profetas así el Apocalipsis se convierte en garantía de futuro. Pero la conciencia de que la pitada iba a ser de las de órdago no ha llevado a constatarlo sin más; desde la prensa y desde las alturas políticas se exige ahora una sanción. Ante la imposibilidad de perseguir y castigar a quienes vocearon y silbaron menos mal, se apunta a título de globo sonda que la multa hay que adjudicársela al club, al Athletic y al Barça. Nada más saltar la hipótesis Artur Mas se apresuró a decir que cualquier represalia será, además de inútil, un error. Estoy de acuerdo. Las sanciones sólo sirven para reafirmar a los autores de los pitos.

Peor aún ha sido la exigencia hecha por alguna que otra autoridad de que se legisle para evitar que sucedan en adelante esas cosas. De hacerlo, la torpeza alcanzaría cotas gigantescas. No se van a acallar las ansias nacionalistas a golpe de ley y, desde luego, no servirá de nada una norma así por la imposibilidad absoluta de aplicarla. Estamos en lo de antes: identificar a decenas de miles de vociferadores es, sobre inviable, inútil. Y si se pudiera, sería difícil imaginar un procedimiento mejor para fabricar mártires. La única solución práctica, si cabe llamar solución a eso, sería que a los primeros gritos el árbitro suspendiera el partido. Pero dejando de lado el problema de orden público que iba de inmediato a generarse, una salida así llevaría a que se celebrasen al cabo poquísimas finales de la Copa de Rey, cosa que a quienes el fútbol les es indiferente poco habría de preocupar pero que en un país en el que los dos diarios que más se venden y leen de lejos son futboleros conduciría con seguridad a una crisis de gobierno.

En realidad lo que cabe exigir en asuntos así es un poco de educación hacia los símbolos estatales que, se quiera o no, se supone que representan a todos los españoles mientras no consiga imponerse un programa soberanista en Euskadi o Cataluña. Pero la educación es hace tiempo una batalla perdida. Así que lo siguiente tal vez sería pedir sentido común a los protagonistas de los rifirrafes. Y no me refiero tanto a los espectadores como a los clubs. Si éstos reniegan del himno y de la realeza, dicen identificarse con el soberanismo e incluso reivindican su propio papel como símbolo al respecto, lo que no termino de entender es por qué razón se avienen a jugar un torneo que se llama Copa del Rey. No estaría mal aplicar de vez en cuando un poco de lógica de enunciados y hacer que las ideas de las que uno presume estén en consonancia con las cosas que uno hace.

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