Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Norberto Alcover

Entre Hitler y Vietnam

El 30 de abril de 1945, Adolfo Hitler se suicidaba en su búnker berlinés y su cadáver era incinerado hasta no dejar rastro, según las fuentes más autorizadas. Acaba de cumplirse el aniversario setenta de aquel acontecimiento con el que un megalómano dejaba de incendiar Europa y, de refilón, gran parte del mundo. Por otra parte, el 30 de abril de 1975, hace ahora cuarenta años pero todavía evidente en nuestras pupilas, los tanques de Vietnam del Norte/Vietcong entraban victoriosamente en Saigón y se cerraba aquel funesto ciclo de una guerra llamada a la derrota de unos Estados Unidos que ya no serían jamás los mismos. Dos memorias que nos permiten y también obligan a contemplar nuestra situación desde un ángulo infrecuente y sacar algunas consecuencias.

En ocasiones, cuando los ideales se vienen abajo por razones políticas pero sobre todo socioeconómicas, tal sucedió en Alemania, el populismo se hace presente de múltiples maneras, pero casi siempre mediante un caudillo salvador del hundimiento moral del pueblo, con la promesa de que vendrán los días de la venganza y de un nuevo orden nacional. Tras el cierre humillante para Alemania de la Gran Guerra, la gravísima crisis alimentaria, la aparición del nacionalsocialismo de un desconocido Hitler, y la servidumbre de la industria metalúrgica para construir máquinas de guerra, y mientras el resto de Europa se dedicaba a bailar en los salones parisinos, satisfecha de haber humillado a la siempre peligrosa Alemania, en este contexto, tan bien expresado en la película Cabaret (relacionar primera y última secuencia), los camisas pardas nazis acabaron por imponer su ley de forma democrática ante el asombro del resto de potencias, pero sin darle la trascendencia que tenía. Millones de muertos y asesinados, la fractura del mundo en dos bloques, el imperio norteamericano desarrollándose y el soviético inundando la sociedad mundial del virus comunista/socialismo real, Italia y el Japón exterminados, los judíos conseguidores de su propio estado, la confrontación nuclear en camino sin tope, y tantas cosas más, son consecuencias evidentes de aquel megalómano que vendió su populismo nacionalsocialista como vendimia dorada a los humillados alemanes.

¿Y qué sucedió en aquel Vietnam, donde el comunismo intentaba extenderse por Asia y así coger al bando demócrata por la espalda y subir hacia arriba? Pues que entre todos conseguimos que Norteamérica decidiera enviar primero asesores militares, después tropas de castigo, y al final montara una guerra tremenda con nombres como napalm, mujeres desnudas saliendo a todo correr del infierno, millones de muertos vietnamitas y no menos sus correspondientes soldados yanquis que dejaron su joven vida en los campos de arroz y en las trampas mortales de los pequeños militares del Vietcong. Una auténtica matanza, también emblematizada en la enorme Apocalypse Now de Coppola, documento icónico para el resto de generaciones. Con Wagner de fondo y Brando encarnando la locura bélica producida por matar, matar y matar. Vale la pena pensarlo precisamente ahora en que las cosas vuelven a incendiarse por razones parecidas pero con titulaciones diferentes. Tómense el trabajo de buscar tales títulos y verán cómo un escalofrío les recorre el cuerpo.

España hoy mismo, tras las elecciones que nos habrán dejado contentos y descontentos. Lo importante no son los resultados, que van y vienen de un lado a otro de izquierda y derecha. Lo que importa es preguntarnos por las razones que han provocado el resultado y como consecuencia el gobierno que nos llevará hacia adelante o hacia atrás, en función de cómo reaccione el capital y por supuesto de cómo proceda el pueblo. Todo apuntaba en favor del populismo, pero también de un miedo atroz a sus indominadas posibilidades. Muchísimo era el cansancio de una derecha esquilmada de pésimos ejemplos y destrucción de las convicciones tradicionales. Nos preguntábamos qué sucedería con tantos jóvenes creadores de formaciones soñadoras de horizontes de grandeza, algo fordianos ellos. Grecia quedaba al fondo y Bruselas también. Y nuestros capitales bancarios lanzaban advertencias desasosegantes. Todo podía suceder en esta España de una postcrisis engañosa. Y ahí tienen ustedes el resultado, camino de pactos para gobernar en municipios y comunidades autónomas, como presagio, si bien destructible, de las próximas elecciones generales, auténtica prueba de fuego para nuestro futuro. Pero comenzamos a conocer las intenciones ciudadanas y las posibilidades partidistas. Hay una senda a la derecha y a la izquierda. Y casi todos hablan de socialdemocracia a la hora de pescar en río revuelto. Porque nadie quiere asustar? aunque mienta descaradamente.

Es evidente que España no es la Alemania de 1945, con el cadáver incinerado de Hitler, el populista, ni tampoco el Vietnam de 1975, y los yanquis huyendo por el tejado de su propia embajada. España no es comparable. Tampoco Europa. Pero algo haríamos bien en aprender: toda tentación populista acaba por pasar factura destructiva, especialmente en una sociedad neocapitalista y liberal hasta el tuétano, y todo sueño salvador se desploma ante la reacción de quienes desean salvarse a sí mismos, aunque les cueste mucho más. Nada, pues, de grupos populistas o de grupos redentores. Nada de propuestas y promesas imposibles de realizar. De las urnas a la praxis objetiva. Nunca en beneficio de unos y en contra de otros, porque entonces reproduciríamos el esquema de los fascismos y de los invasores. Siempre a favor de todos para que todos puedan comprenderse en beneficio mutuo. No provoquemos suicidios ni tampoco huidas desde los tejados. Provoquemos, con nuestros pactos postelectorales, ámbitos de igualdad, de distribución justa de la riqueza, de puesta en práctica de derechos y de libertades. De forma que salga vencedor el pueblo entero, la ciudadanía misma, y no volvamos a cantar esa vieja tonada española de vencedores y vencidos. Sería una inmensa tristeza.

Es la hora de construir con sabiduría. Es la hora de preparar unas elecciones generales en serenidad y en justicia. Porque ya hemos padecido una y otra vez los terribles resultados de la división entre hermanos, que a todos nos hundirían de nuevo. Es la hora de la grandeza de miras y de la palabra. Casi nada.

Compartir el artículo

stats