Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Eduardo Jordà

Cambio de guardia

¿Se acuerda alguien del virus del ébola, que parecía que iba a diezmarnos? ¿Se acuerda alguien de aquella enfermera que estuvo a punto de morir en un hospital de Madrid? ¿Y se acuerda alguien de los manifestantes airados que protestaban por el sacrificio de su perro, que tenía, por cierto, un nombre artúrico, Excalibur? Todo eso ocurrió hace muy poco tiempo, medio año más o menos, pero si hiciésemos una encuesta en la calle, mucha gente no sabría decir si fue hace un año, o dos, o incluso hace cinco, qué más da. Porque todo sucede y al instante se olvida. Y peor aún, quizá ya estamos empezando a vivir pensando que todo sucede para que al instante se olvide, porque no hay nada que sea digno de retener nuestra atención. Y hasta se podría decir que estamos viviendo una mutación cognitiva con respecto a la percepción del paso del tiempo. Una persona nacida a comienzos del siglo XX tenía una idea del tiempo muy parecida a la que tenía un monje en un monasterio cisterciense o un habitante de la Grecia clásica, pero nosotros estamos destruyendo ese "continuum" de la percepción que nos permitía guardar una cierta perspectiva con respecto a las cosas. Ahora vivimos un bombardeo tan apabullante de informaciones casi siempre intrascendentes que ya todo nos empieza a parecer intrascendente. Y todo se va desechando a medida que sucede, sin que deje el menor rastro en nuestra memoria ni nos haya ayudado de alguna manera a entender lo que estábamos viviendo.

Y por eso vuelvo a lo que ocurrió en octubre pasado, porque en aquellos días vertiginosos de miedo e histeria, cuando creíamos que la epidemia de ébola iba a extenderse por el país y se iban conociendo los casos bochornosos de las tarjetas black de los consejeros de Caja Madrid, el sistema estuvo a punto de venirse abajo. Durante una semana todos tuvimos la sensación de que no había gobierno, ni instituciones, ni siquiera médicos competentes en ningún sitio, porque estábamos en manos de una cuadrilla de lunáticos e incompetentes que no sabían hacer la O con un canuto. Recuerdo muy bien las charlas angustiadas con amigos y familiares, mientras este país parecía haberse vuelto majareta a causa de la rabia y la frustración y el pánico. Pánico, sí, porque era eso, un pánico que lo invadía todo y nos privaba de cualquier atisbo de raciocinio. Y si por las razones que fueran se hubieran celebrado elecciones generales en aquellas dos semanas de octubre, está claro que habrían ganado y por mayoría absoluta las opciones más radicales y más destructivas. Y con un programa nada moderado, sino todo lo contrario, cuanto más disparatado, mejor. Y muchos de nosotros lo habríamos votado, sabiendo tal vez que estábamos cometiendo un error, pero también convencidos de que la situación nos exigía dar una patada y mandarlo todo a tomar viento.

Digo esto porque ahora parecen haberse invertido las tornas (aunque dentro de seis meses tampoco recuerde nadie este aparente momento de calma), y en cierta forma se ha producido un repliegue hacia posiciones más defensivas y más cautelosas. Toda la caótica energía que en octubre pasado se concentraba en dinamitar lo que teníamos, para sustituirlo por otra cosa que no tuviera nada que ver con lo anterior un nuevo régimen político, una nueva Constitución, un nuevo orden económico, un nuevo modelo de sociedad, se ha transformado en una energía estática que se inclina por la precaución y la estabilidad. La tentación de ponerlo todo patas arriba se ha debilitado, y de repente hemos descubierto que el sistema no era tan desastroso como llegamos a creer que era. Y ahora mismo, por muchos defectos que tenga esta sociedad, vemos que los hospitales funcionan mucho mejor de lo que creíamos, que la enseñanza pública sigue en pie y que todo lo que parecía desfasado e inútil ahora ya no lo es tanto. Y sin que nos hayamos dado cuenta, una cierta nostalgia del orden y de la estabilidad se ha instalado entre nosotros. Y habrá sorpresas electorales, claro que sí, pero no tantas como se nos anunciaron o nosotros mismos nos llegamos a creer.

Pero todo esto, por supuesto, puede cambiar en muy poco tiempo. Somos tan volubles, tan inconstantes, tan olvidadizos, que cualquier cosa nos puede alterar el ánimo. El ruido y la furia pueden regresar en cualquier momento. O mejor dicho, volverán en cualquier momento, aunque más tarde nadie tampoco recuerde nada.

Compartir el artículo

stats