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Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Hotel Zaida

Una tarde, José María Aguirre me contó que en el hotel Zaida, sin que nadie lo supiera, se hospedaron cientos de antiguos deportados de Mauthausen que él y otros antiguos compañeros de cautiverio se traían de vacaciones a Palma

Hotel Zaida, Paseo Marítimo, 21", dice en el apartado de hoteles un viejo callejero de Palma que me gusta mirar de vez en cuando. José María Aguirre Salaberría, que vivió muchos años en Palma, y que pasó casi cinco años de su vida en el campo de exterminio nazi de Mauthausen, fue director de aquel hotel en los años 60 y 70. Muchos años después, en su casa de Son Roca, rodeado de gatos y libros y revistas, Josemari „como le llamábamos sus amigos„ escribía en folios que llevaban el membrete del Hotel Zaida la historia de su vida, en especial la de cómo logró salir vivo de aquel campo en el que la esperanza de vida de una persona saludable no pasaba de los cinco o seis meses. Una vez me enseñó algunos de aquellos folios caligrafiados, que sacó de un cartapacio enorme atado con cuerdas y elásticos, y al ver aquel tesoro de información, tuve la tentación de pedirle que me los dejara fotocopiar, pero enseguida pensé que me estaba metiendo donde no debía. Lo que escribía Josemari Aguirre en aquellos folios era su vida, una vida tan dolorosa y tan extraña que sólo él tenía derecho a contarla.

José María Aguirre murió en el 2009, hace casi seis años, y no sé qué habrán sido de aquellos folios con el membrete del hotel Zaida que él guardaba en cartapacios y carpetas sobre las que sus numerosos gatos se tendían a tomar el sol. Una tarde me contó que en aquel hotel, sin que nadie lo supiera, se hospedaron cientos de antiguos deportados de Mauthausen que él y otros antiguos compañeros de cautiverio se traían de vacaciones a Palma. El hotel Zaida cerró hace mucho tiempo, pero es curioso que el edificio que se levantó en su lugar se quedara sin terminar y sea ahora el único edificio deshabitado del Paseo Marítimo, como si algo impidiera que desapareciese del todo la memoria de todos los deportados de Mauthausen que se habían alojado allí. Y como Palma ya atraía por entonces a muchos turistas alemanes y austriacos, no sería nada raro que en otros hoteles muy cercanos se hospedasen también quienes habían sido los guardias y los carceleros de Mauthausen, ahora también convertidos en turistas normales y corrientes (igual que los antiguos deportados), ya que casi ninguno de esos guardias fue juzgado ni castigado y muchos se fueron tan tranquilos a su casa sin que nadie les pidiera cuentas. El jefe del campo, el comandante de las SS Franz Ziereis, logró huir poco antes de la llegada de los americanos, pero unas semanas después lo encontraron en un escondite y lo hirieron al intentar huir. Los americanos lo llevaron al campo, donde Zireis murió poco después y donde los antiguos deportados lo colgaron desnudo de las alambradas, con una esvástica pintada en el culo. Y su segundo, el sádico capitán Bachmayer, al que los presos apodaban el Gitano, también logró escapar, pero se suicidó pocos días después tras matar a su mujer y a sus hijos.

En cambio, hubo docenas de guardias de menor jerarquía que se fueron de rositas, y es muy posible „porque esta clase de cosas suceden„ que alguno de los antiguos deportados, cuando disfrutaba de sus vacaciones en el hotel Zaida de José María Aguirre, se cruzase con un tipo en camiseta y sandalias que le llamara la atención, y que los dos se lanzaran una leve mirada de sorpresa que enseguida se congelaba en una sonrisa glacial, cuando aquel tipo jovial en camiseta y sandalias resultaba ser uno de los jóvenes guardias, ahora convertido en un jubilado feliz que disfrutaba de un bien merecido descanso. ¿Qué pasaría por la cabeza de uno y otro? ¿Qué se dirían? ¿Qué cosas tendrían el impulso de hacer? Es fácil de adivinar. Otro antiguo deportado, el húngaro Imre Kertesz, contaba que un antiguo SS que estuvo en Auschwitz cuando Kertesz estuvo internado allí, le envió muchos años después una postal en la que le felicitaba por el premio Nobel, y en la que se despedía de él con esta escueta exhibición de cinismo: "Usted y yo hemos sufrido mucho. Ahora los dos sabemos qué es el dolor".

Mientras escribo esto veo una de las imágenes de la liberación de Mauthausen, y mientras veo pasar los rostros esqueléticos de los presos con su uniforme a rayas, me pregunto cuál de ellos podría ser José María Aguirre, el hombre que acabó viviendo en Son Roca y que nunca, asombrosamente, dejó de sonreír.

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