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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Más escándalos en la Iglesia

Como secuelas de la denuncia por abuso sexual del antiguo blavet de Lluc contra el prior del monasterio Antonio Vallespir, se sucedieron el pasado domingo dos hechos significativos a propósito de la carta del obispo Salinas. El primero, el rechazo de su lectura por parte de Gabriel Seguí, rector de La Real y compañero de congregación de Vallespir, debido a que le parece "inoportuno lo que dice el texto", como afirmó después de la eucaristía, "este asunto se tendría que haber tratado de otra manera" hubiera sido mejor "hablarlo dentro de la Iglesia". Produce perplejidad que en una institución como la iglesia católica, estructurada de forma jerárquica, un rector se rebele de forma tan explícita y descarnada, mostrando una soberbia tan poco evangélica, contra el contenido de la carta de su obispo, calificando de inoportuno un texto apreciado no sólo por la comunidad religiosa, sino por los ciudadanos creyentes o no, que no hace sino secundar los pasos decisivos que ha iniciado el papa Francisco para acabar con la tolerancia con los abusos sexuales en el seno de la Iglesia. El que se invoque tratar la cuestión sólo dentro de la Iglesia significa taparla y obviar las responsabilidades ante la justicia, en contra de la actual posición del papa. También, la concepción que de la Iglesia tienen algunos clérigos con poder interno: un reducto cerrado del que se excluye al resto de ciudadanos creyentes, los seglares, en contra de la misma doctrina católica. El segundo, que Ricard Janer, prior en funciones del monasterio de Lluc leyera la carta "por voluntad y orden de Salinas". Significa que, si no hubieran existido esa voluntad y esa orden, él no la hubiera leído. Lo cual refleja acatamiento formal a la disciplina jerárquica y un desacuerdo radical al fondo de la cuestión -cuyo desvelamiento no tiene otro significado que explicitar el desdén hacia el obispo; más soberbia-. Por más que se pretenda ocultar, revela una profunda crisis en la iglesia de Mallorca.

Casi simultáneamente con los acontecimientos de Lluc, se han producido otros dos que copan la actualidad social. Uno de ellos es la comparecencia estos días ante el juez del párroco de Can Picafort, también por abusos sexuales denunciados con anterioridad. Pero el que mantiene en vilo a sa Pobla es el provocado por la denuncia de un exmonaguillo contra el rector Joan Pons. El martes pasado hubo una concentración de trescientas personas con grandes pancartas de apoyo al rector originario de Búger a la salida del oficio en la iglesia de Sant Antoni Abad. Este mismo martes se había producido la denuncia del exmonaguillo ante la Guardia Civil por dos casos de presuntos abusos sexuales cometidos entre agosto y diciembre del pasado año en la vivienda del sacerdote en sa Pobla, con quien convivía la víctima. Obviemos los detalles de los abusos y de las amenazas para silenciarlos que relata la presunta víctima en su denuncia y centrémonos en las reacciones que se han producido entre algunas personas cercanas al rector.

Bartomeu Alomar, presidente de Cáritas afirmó: "Le dimos de comer y le acogimos (al denunciante) y ahora nos paga de esta forma", "el testimonio de este chico nunca me lo esperaba, pues si no hubiera recibido apoyo de don Joan y de Cáritas hoy quizá no estaría vivo". Tales declaraciones aparecen revestidas por un aroma de ambigüedad. ¿Podrían significar que el haber dado alimento y techo a ese exmonaguillo obligaban a éste a guardar silencio sobre los abusos que se pudieran haber cometido? ¿Que el hecho de haberle salvado a vida le comprometía, por agradecimiento, al silencio? Por si no fueran pocos los apoyos de Cáritas y de la feligresía local, se sumó a los mismos el padre Alexandros, de la iglesia ortodoxa que, además arremetió contra la prensa: "Quería hacer una recriminación a los medios" ya que a veces los artículos son "malintencionados o intentan dar más importancia de la que tienen a los acontecimientos". Sin intentar enmendar la plana al padre Alexandros, cabe argüir que los medios no hacen sino intentar reflejar lo que ocurre en una institución tradicionalmente opaca a la opinión pública, oscurantista y que las posibles desviaciones respecto a los hechos suelen provenir más de los intentos de silenciarlos que de torcidas intencionalidades de enemigos de la Iglesia. Los hechos son lo que son. Y hasta que Ratzinger y Bergoglio han roto con la mafiosa costumbre de "lavar los platos sucios en casa", tan propia de la Iglesia y de organizaciones como los partidos políticos, no ha sido posible empezar, con luz y taquígrafos, a limpiar la podredumbre existente en el interior de la Iglesia.

Otra cosa es la elucidación de este caso de Sa Pobla. Porque hay cuestiones que deben ser aclaradas antes de condenar a nadie. Si en el caso de Lluc puede haber una presunción de verdad en la denuncia del antiguo blavet, porque es difícil concebir una denuncia falsa por unos hechos ocurridos hace más de veinte años de quien entonces no tenía más de trece, sin otro objetivo que dañar sin motivo a una persona de gran reconocimiento social, y, porque, además, hay un correo electrónico que parece avalar la versión de la víctima; en el caso de sa Pobla, hay que plantearse: la presunta víctima no es un chico por mucho que en los medios aparezca como un chico de treinta y dos años a quien se califica de exmonaguillo. Habría que saber cuándo fue monaguillo. La condición de tal no explica casi nada. Somos millares los que en nuestra infancia hemos ejercido de tales y los abusos se refieren a hace pocos meses. Y si lo fue recientemente ya no sería monaguillo sino monago. Como también deberíamos saber el por qué de su convivencia en la vivienda del rector. Por mucho que se hable hoy en día de chicos o jóvenes de cuarenta años, a los treinta y dos uno es un hombre hecho y derecho. Por lo que, o bien hay otros aspectos desconocidos por la opinión pública, como una discapacidad mental que pueda colocar en posición de evidente inferioridad de condiciones al sujeto y de dependencia psicológica del rector, o no se puede entender que, sin amenazas a las que no pueda hacer frente, no pueda resistirse a las embestidas salaces de un hombre mayor, si no viejo, como parece el rector Joan Pons. ¿Que pueden haber habido relaciones sexuales? Es posible. ¿Qué hayan sido forzadas? Improbable. Pero bueno, todo eso son simples especulaciones ante informaciones confusas, a falta de conocer la verdad. Confiemos en que la justicia sea capaz de desentrañarla. Si Joan Pons sale indemne, habrá sufrido, pero será rehabilitado. En todo caso, el obispo Salinas y la Iglesia habrán estado a la altura de lo que la sociedad y la comunidad cristiana reclaman.

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