Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

La difícil convivencia con los dueños de los perros

El otro día mi nene de dos años corrió hacia mí y me ofreció el tesoro que acababa de encontrar, en justa correspondencia a la flor y la piedra que yo le había dado primero. Era una mierda de perro reseca, pueden imaginar el ascazo y la carrera a buscar toallitas húmedas, y la perorata al pobre crío lloroso que no entendía el abrupto final de nuestro idilio con la naturaleza. Los marginados usuarios bípedos del parque de Son Parera, uno de los que el anterior consistorio del Pacte convirtió en lugares de convivencia canina, nos damos este tipo de sofocones. Y otros, como reprender a quienes permiten a sus mascotas corretear, mear y escarbar en la arena de la zona de juegos infantiles, que no resiste ninguna analítica, y recibir una bronca de vuelta, cosa que convierte un rato de asueto con tus hijos en un infierno. O temer porque los bebés se lanzan hacia canes que aparecen de repente y sin vigilancia. O jugar a la pelota evitando los cuatro o cinco pasteles que hay indefectiblemente en el trocito de hierba blandita donde los pequeños se pueden caer sin hacerse daño. Mi experiencia de convivencia con algunos dueños de perros, numerosos por desgracia, en mi parque favorito no es buena y no la exportaría a ninguna parte. Acepto que me digan que hay muchos muy cívicos que los llevan atados, y no los desatienden, y recogen las deposiciones, pero por lo visto esos no se cruzan en mi camino.

Hay informes del Ayuntamiento y de la Policía Local que evalúan de forma negativa el experimento de los parques de convivencia, aunque haya peticiones para crear más. Dicen que se han llegado a recoger 400 cacas al día solo en es Carnatge, y pocas me parecen. Resultan incontables todas las que dejan en la franja litoral desde ese espacio protegido hasta Palma, en las escolleras y las playitas que algunos disfrutamos en verano, y a lo mejor las que se abandonan a las puertas de las plantas bajas y en los alcorques de los árboles en sus bolsitas negras no computan. Esta ciudad está muy sucia y la contribución a esta situación de muchos de los habitantes que comparten su vida con mascotas resulta evidente. La clamorosa falta de respeto por los espacios comunes hace inviable la coexistencia sin una enorme campaña de educación y concienciación previa. Seguro que las personas agrupadas en asociaciones animalistas son precisamente las más cuidadosas, pero parecen minoría absoluta. A lo mejor no resulta políticamente correcto decirlo, pero tampoco es agradable retirar cagarrutas de las ruedas de la sillita un día sí y el otro también y en esas andamos porque nos obligan.

Existe además una petición para que los perros puedan ir sueltos por el bosque de Bellver, cosa que no agradecerán precisamente los aficionados al deporte del running que sí son usuarios impecables del bello pulmón verde de la urbe. Para la información de quienes lo han solicitado, por allí de hecho ya van los canes sin correa: yo estuve el domingo una hora y vi media docena. A cambio me crucé con una pareja que llevaba el suyo atado, y pensé, "qué bien, qué majos, unos que cumplen las normas", porque se trataba además de un animal muy grande. Nos saludaron muy simpáticos y les hicieron carantoñas a los bebés que corrían entusiasmados recogiendo piñas. Al doblar la última curva en cuesta tuvimos que correr los adultos para evitar que se metieran de lleno en la gigantesca y olorosa mierda que nos habían dejado en medio del camino.

Compartir el artículo

stats