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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Madres y santos padres

Si todos los hijos de familias numerosas que se han sentido ofendidos por el apelativo de "conejos" dirigido por el Papa a sus progenitores se pusieran en fila para propinar el correspondiente puñetazo a Francisco nos podríamos reír de la peregrinación a la Meca. Mi primera conclusión de los epatantes sermones desde el avión del pontífice en su periplo asiático es que andar por los cielos no le sienta tan bien como a su jefe. Primero justificó la violencia ante las ofensas a lo que cada uno considere muy sagrado, que para ti puede ser la fe o tu madre, y para el otro el Barça o la voz de David Bustamante, en lo que ha constituido una de las reflexiones más decepcionantes ante la terrible matanza de periodistas a manos de fundamentalistas islámicos en Charlie Hebdo. Y luego animó a los católicos a dejar de comportarse "como conejos" y cifró en tres el número óptimo y sostenible de hijos por familia. Yo también apoyo la paternidad responsable, pero creo que Bergoglio ha equivocado el destinatario de su mensaje, ademas de elegir una comparación poco caritativa. Son ellos, desde el Santo Padre a los cardenales y obispos, y hasta el último cura, quienes llevan siglos clamando contra los métodos anticonceptivos, incluso en los lugares asolados por el sida y la pobreza donde las mujeres se juegan la vida y los niños mueren antes de llegar a tener nombre. Llamar conejos a quienes han seguido a pies juntillas los mandamientos de la iglesia contra cualquier atisbo de planificación familiar me parece un gesto feo y reprobable, casi de caradurismo revisionista. Elegir con libertad el número de descendientes pasa por disponer de medios e información, algo que la iglesia católica ha satanizado durante siglos. Que se ponga ahora a repartir condones es una novedad que aplaudiré con gusto. Quiero oír desde el púlpito estas nuevas directrices de sexo seguro, sólo entonces me creeré que el Papa no sufre simplemente verborrea fruto del mal de altura.

Ay de quien mete las narices en los dormitorios ajenos. La presidenta de Andalucía está embarazada y no sabemos hasta qué punto se puede hablar del tema. Yo digo que desde todos los puntos, porque su estado afectará al desempeño de su cargo, eso es una realidad. Me gustaría que las mujeres con poder y presencia pública dejasen de considerar la maternidad como algo que es mejor mantener en secreto, por si la sociedad percibe que incapacita y merma las facultades. Nos harían un gran favor al resto. Me encantaría que Susana Díaz enseñase su barriga sin complejos, la pusiese en valor y comentase cómo se la va a apañar con el bebé y el trabajo, y si apurará la baja para disfrutar de un momento vital único, o se pedirá una jornada reducida. Así sería una de nosotras y no una de esas súper mujeres calco de los hombres, que parece que pueden con todo sin ayuda porque sus prioridades siguen estando claras. Normalizar el embarazo en la esfera pública para que no parezca un paréntesis invalidante serviría para cambiar el cliché de que ser madre te hace menos profesional, y para eso hay que hablar con naturalidad de lo mucho que representa. Recuerdo con pena a Soraya Sáenz de Santamaría de vuelta al despacho a los doce días de parir porque Mariano Rajoy debía alumbrar algo mucho más importante que un hijo, un gobierno, y ella podía quedar fuera. Fue un primer ejemplo de las políticas de conciliación de la vida familiar y laboral que luego ha desarrollado el ejecutivo: cero y menos. El mensaje resulta claro. Apáñate como puedas. Que parezca que no ha ocurrido nada cuando en realidad la vida ha dado un radical vuelco. Lo que no es necesariamente malo, sino todo lo contrario.

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