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Eduardo Jordà

La vida furtiva

En 1957, la policía franquista detuvo al poeta Gabriel Ferrater en un tren que iba de Madrid a Barcelona. He escrito "poeta", pero en aquel momento, cuando fue detenido, Gabriel Ferrater aún no había publicado ningún libro de poesía, así que sólo se le conocía como crítico de arte y como trasnochador y como buen bebedor de ginebra y de cualquier otra bebida alcohólica que se le pusiera a tiro. "Reponer vodka", había escrito en una nota personal que la astuta policía de Franco consideró un mensaje en clave de contenido soviético. El caso es que Ferrater pasó varios días detenido, primero en Madrid y luego en una comisaría de Barcelona, ya que la policía creía que pertenecía al PSUC, la sección catalana del Partido Comunista.

Gabriel Ferrater era más bien apolítico y no estaba metido en ninguna organización clandestina. Pero lo detuvieron porque un dirigente comunista en la clandestinidad se había confundido de nombre y había escrito en uno de sus papeles "Ferraté" en vez de "Ripoll", y porque además el profesor Manuel Sacristán „que sí militaba en el PSUC„ había publicado un artículo clandestino con el seudónimo "Víctor Ferrater". Estas pruebas tan débiles, basadas en simples coincidencias, bastaron para detener al Gabriel Ferrater de carne y hueso, que no tenía ni idea de lo que le estaban acusando. Por suerte, el propio profesor Sacristán se presentó en comisaría y logró sacarlo de allí haciendo valer sus buenos contactos.

Pocos años después, en 1962, Ferrater publicó un poema que se llamaba La vida furtiva, en el que hablaba del ronquido de un ascensor en mitad de la noche, y de unos pasos en el rellano, y de un timbre que arrancaba a temblar con angustia. Y el poema concluía: "Sabré qui són. Els obriré de seguida. Tot perdut,/ que entrin aquests, a qui ho hauré de dir tot". Como es natural, casi todos los lectores pensaron que aquel poema contaba la detención de un militante clandestino, así que el poema se convirtió en un modelo de poesía social y combativa. Pero nadie reparó en un pequeño detalle: si ese poema hablaba de una detención, estaba hablando de un delator, porque la persona que lo protagonizaba se disponía a confesarlo todo. El propio Ferrater tuvo que repetir varias veces que no era un poema político, pero casi nadie le creyó. Después de su suicidio, en 1972, el poema se siguió considerando político, hasta que el hermano del poeta, el profesor Joan Ferraté, tuvo que hacer ver la verdad: el poema no contaba una detención, sino el momento terrible en el que alguien que se estaba engañando sobre la vida que llevaba tenía que reconocer por fin, ante sí mismo, la desolada verdad de su vida. Sólo que el taimado Ferrater había usado la imaginería de una detención (el ascensor, los pasos en el rellano, el timbrazo angustioso) para describir el estado de ánimo de alguien que tenía que enfrentarse al momento fatídico de reconocer la verdad. La vida furtiva del poema no era la de un militante clandestino, sino la de su conciencia silenciada. Y era ésta la que subía por el ascensor y llamaba angustiosamente a la puerta. Y era a ésta a quien el personaje del poema, a regañadientes, se disponía a reconocer la verdad.

Digo esto porque somos un país que desde hace unos quince o veinte años ha vivido de espaldas a la verdad. Un país en el que nadie quería darse cuenta de que vivíamos de los fondos europeos porque nuestra economía no era competitiva. Un país con una administración ineficiente y con unas leyes enrevesadas que a la larga sólo servían para amparar la corrupción. Un país en el que nadie se planteaba de dónde salía el dinero con el que se pagaban los servicios públicos y las costosas obras públicas que surgían por todas partes (¿alguien ha contado las esculturas que hay en casi todas las rotondas?). Un país en el que cualquier charlatán podía convencernos de lo que quisiera porque casi nadie se atrevía a exigir una prueba de lo que se nos decía. Un país sin argumentos sólidos ni pensamiento científico. Y un país, en fin, en el que cualquier delirio se podía convertir en una verdad irrefutable sólo con que se nos repitiera muchas veces (como la Arcadia feliz de la independencia catalana, por ejemplo). Y es a ese país al que ahora le llega el momento de reconocer la verdad, esa verdad que arrastra los pasos por el rellano, muy tarde en la noche, mientras esperamos despiertos y damos pasos asustados en el pasillo.

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