Nos pasamos el día salvando cosas que no hemos sabido conservar y uno se pregunta si lo que se salva es lo perdido, o sólo su simulacro. Ahora le toca al ´llonguet´ -está en marcha una campaña bajo el lema "Salvem el llonguet"- y eso está muy bien porque el ´llonguet´ es mucho más de lo que aparenta ser. No es sólo una forma de pan, sino un símbolo, y el mundo de los símbolos es necesario que se perpetúe para que la civilización sobreviva. Sin ellos, nos hundimos irremisiblemente y vivimos unos tiempos en los que son muchos los empeñados en acabar con lo símbolos. Y encima se comen pocos ´llonguets´ y los hornos de Palma, se dice, están a punto de tirar la toalla.

A los palmesanos o ´ciutadans´ -apelativo del que sentirse orgullosos: engloba el burgo, el racionalismo y los derechos del hombre- nos llaman ´llonguets´ en muchos sitios de la Part Forana mientras que en otros nos llaman 'panecillos'. Lo de panecillo tiene su refinamiento y evoca Viena y algunos sofisticados dulces del XVIII, por tanto tampoco es mal asunto, aunque se diga como se dice con cierta carga sarcástica o despectiva.

Pero lo de ´llonguet´ -forma de pan que también existe en Cerdeña y en algún que otro lugar del Mediterráneo- es la panacea. Y lo es porque reducir la palabra ´llonguet´ al palmesano o ´ciutadà´ es un disfavor que se hace la isla entera. Yo creo que el llonguet es más símbolo de Mallorca -no sólo de Palma- que el pendón morado o la cuatribarrada. Mallorca -como la mayor parte de las islas- es un matriarcado y el ´llonguet´ es una vulva o símbolo sexual femenino desde los tiempos más antiguos. También lo es el delicioso ´panet d´oli´, pero éste es una vulva blanca -no hablo de color-, virginal y el ´llonguet´ lo es de Venus Esteatopigia, una vulva hinchada, que es lo que es la vulva cuando ama, o está cansada de amar. Y paro ya.

Mallorca es un matriarcado -´sa madona duu es maneig´- protegido por la separación de bienes y el derecho foral. Lo ha sido siempre y sólo deja de serlo durante las guerras, que son la apoteosis del machismo -se golpea y mata y viola- y en las cuestiones de papeleo y algunas decisiones extraordinarias, donde el macho hace acto de presencia con el convencimiento atávico de que ése es su territorio tradicional de mando. En todo lo demás, la isla está en manos de las mujeres. Y si pensamos en política -otra forma de mando-, Munar, Armengol y Salom han presidido el Consell de Mallorca; Estarás, ocupado la vicepresidencia del Govern; Cirer y Calvo han sido alcaldesas de Palma, y cada vez que una mujer aparece radiante y pisando fuerte -como la consellera Riera en esta legislatura-, todos los hombres del poder y cercanías se mueven inquietos en sus asientos y quieren sentarse a su mesa. Para que luego nos digan que el ´llonguet´ está en vías de extinción: si el ´llonguet´ desapareciera, no bastarían psicoanalistas.

Sigmund Freud habría disfrutado contemplando un llonguet para luego comérselo mientras explicaba sus detalles morfológicos, como hizo el novelista D.H. Lawrence al pelar un higo -fruto también muy nuestro y simbólico- y llevárselo a la boca. Quizá nos hubiera dicho que su forma es una invitación a la lengua y al mordisco y Palma, efectivamente, es la ciudad de las dos lenguas, que además se deja querer por las otras y a través de ellas se enriquece. Tal vez éste sea otro buen motivo de su calidad simbólica: el ´llonguet´ y las lenguas. Y luego sus otras analogías: el ´llonguet´ es cálido y tierno por la mañana y aguanta hasta cerca del mediodía; después se cansa de sí mismo y por la noche resulta tiroso si no se le calienta: el día lo fatiga y reseca. A mí me gustan mucho los ´llonguets´ del Forn de La Pau -mi horno en los primeros años de casado (vivía a dos pasos)- al que regreso de vez en cuando pese a vivir ahora lejos. Y continúo sentándome en El Bosch -es como París en Casablanca: siempre nos quedará El Bosch, donde se sirven varios cientos diarios- para comerme uno de esos ´llonguets´ que alguien bautizó como ´llagostes´ y eso ocurrió cuando ya hacía algunos años que yo frecuentaba el bar donde nadie antes los llamaba sino ´llonguets´ o ´panets´. El café de la juventud perdida y Salvem el llonguet: al fin y al cabo es lo que somos. O eso dicen.