l mundo de la política exterior „al igual que la naturaleza„ tiene horror al vacío y busca rellenarlo cuando se produce. El retraimiento exterior de los Estados Unidos, que quiere dedicarse a poner la casa en orden tras trece años de guerras en Irak y Afganistán, está produciendo un vacío que la Unión Europea es incapaz de llenar porque carece de una política exterior común y de capacidad de proyección militar. Esto explica que Rusia, por un lado, y China, por el otro, estén tratando de colmar ese vacío incluso cuando eso implica jugar en una Liga superior a la que les correspondería. Es lo que está ocurriendo ahora y las consecuencias las vemos en forma de un aumento de la tensión internacional en torno de Ucrania y del Mar de China.

En Ucrania todo lo que podía salir mal está cumpliendo las previsiones. El país se desgarra entre las presiones contrapuestas de Europa y Rusia con la diferencia de que lo que para nosotros es una opción política más, para los rusos es una cuestión estratégica vital y en consecuencia están dispuestos a jugar mucho más fuerte. Putin es un nacionalista como muchos de sus compatriotas que echan de menos a la URSS mientras contemplan con aprensión lo que perciben como un cerco occidental que se va estrechado en torno de su cuello. Moscú, teme que Ucrania acabe basculando hacia Occidente y ha maniobrado para garantizar que las bases navales que tiene en Crimea no escapan a su control. La independencia de Crimea para su posterior integración en La Federación Rusa se ampara según el Kremlin en el precedente de Kosovo, de dudosa factura legal pero que tuvo el aplauso de casi todo el mundo occidental. No es lo mismo, porque en Kosovo los serbios masacraban a los kosovares y en Crimea nadie mataba a nadie y además Kosovo se independizó mientras Crimea ha sido anexionada. En todo caso, lo de Kosovo fue una equivocación porque el Derecho Internacional no es como el chicle que se estira y encoge a voluntad. Es muy preocupante que Putin dijera al recibir Crimea que la "nación rusa" es el mayor grupo étnico separado por fronteras. Rusia controlará Crimea a partir de ahora y puede estar tentada de "proteger" a otras minorías rusófonas en Ucrania oriental, en Letonia o en Transnistria, pongo por caso. Ya lo hizo hace unos años en Osetia del Sur y en Abjacia, sin mayores consecuencias. Da miedo.

La retórica imperial de Moscú trata de ocultar una flagrante violación del derecho internacional que es nuestra última garantía de seguridad si no queremos caer en la ley de la selva, que solo beneficia a los más fuertes. Pero las hasta ahora débiles sanciones políticas y económicas de la UE y de los EE UU no surtirán efecto porque Rusia está dispuesta a asumirlas a cambio de Crimea y nosotros no queremos ir más allá, no vamos a poner soldados que mueran por la integridad territorial de Ucrania. Esa es su ventaja última. Además la interdependencia entre Rusia y Europa es muy fuerte, ellos nos colocan el 50% de sus exportaciones y nosotros les compramos el 30% de su gas. Mientras, la popularidad de Putin en Rusia se dispara, la de Obama sigue bajando y el mundo se enfrenta a una política de hechos consumados que pueden traer cola.

Lo del Mar de China nos queda más lejos pero también es preocupante. China despierta de un letargo de siglos y quiere asumir un papel político acorde con su peso económico y poblacional. Lo que estamos ahora viendo son solo sus primeros pasos. China está tanteando el terreno y viendo cómo reaccionan sus vecinos por el método de afirmar derechos sobre zonas limítrofes, como unas islas deshabitadas de soberanía japonesa (Senkaku), por el procedimiento de llevar allí pescadores y enviar luego cañoneras para "protegerlos". La misma excusa que Rusia en Crimea. Allí pasa como con Perejil, las islas no valen nada pero si no se les para ahora puede ser peor. Japoneses, surcoreranos, filipinos y otros están muy nerviosos porque la provocación china agita el tablero de la geopolítica regional y por lo que augura esta actitud arrogante en una región donde siguen aún muy vivas las atrocidades de la guerra del Pacífico. Por eso piden protección a los Estados Unidos, su gran aliado desde hace décadas. Lo que pasa es que la credibilidad americana está cada día más en entredicho y de esta manera la crisis de Ucrania se refleja en el Mar de China. Puede que la cosa quede en nada, pero también puede que salte la chispa cuando menos se lo espere uno.

Nos hallamos, pues, ante dos violaciones descaradas del derecho internacional que no presagian nada bueno y que ojalá no se les vayan de las manos a los que atizan el fuego. A Putin se le puede indigestar Crimea y acabar perdiendo Ucrania mientras vuelven al mundo tensiones que se creían superadas, como cuando Fukuyama presumía de que con el fin de la URSS terminaba la historia con el dominio incontestado de Occidente. No contaba con Putin. Y entre tanto, bien haríamos los europeos en apoyar de verdad la frágil transición en Ucrania y en prepararnos para el nuevo escenario con Rusia procurando una mayor integración de nuestras políticas energética y de defensa. En ambas hay mucho por hacer.