El universo social en que vivimos se transforma sin parar aunque no lo percibamos. Las causas son diversas e impredecibles. Pese a ello, la ciencias sociales tratan de anticipar el futuro mediante el análisis de las tendencias de datos demográficos, sociológicos y psicológicos. Las formas en que hombres y mujeres se aman, los códigos de las relaciones de pareja y de familia, y las figuras sociales en que fragua ese amor no escapan a estas transformaciones.

Los detalles técnicos de las investigaciones en marcha exceden el horizonte de este artículo, y por mucho, pero el lector interesado puede seguir el desarrollo del proyecto Familia & Sociedades, un nuevo programa del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que participa en un proyecto junto a 25 universidades y centros de investigación de 15 países europeos. En las últimas décadas las separaciones fueron en aumento y los demógrafos suponían que la tendencia se mantendría. Y de hecho así ocurrió€ hasta hace 4 años.

En aquel momento hubo dos fuertes razones para ello. Una razón fue la progresiva liberalidad de la sexualidad y la otra razón fue el equiparamiento de los derechos de la mujer. Un ejemplo revelador de la primera razón lo proporcionan los cambios del lenguaje en tanto reflejan los del imaginario social, una expresión bastante reciente es "amigo con derecho a roce". La disección de esta expresión define un vínculo que tiene cierta estabilidad pero que no supone una pareja comprometida y estable pero tampoco se asimila a un tipo de relación anónima, desafectivada o promiscua. Por el contrario, supone el reconocimiento de una forma estable de relación íntima no matrimonial „eso ya es historia„ sino que tampoco una pareja. O sea, prácticamente sin compromiso y por lo tanto con un grado total de libertad. El pasado 28 de marzo el periódico británico The Independent publicó los datos de una investigación demográfica según la cual las parejas de hecho pasaron de un 5% en 1945 a un 90% en la actualidad y el nacimiento de niños en este contexto familiar ya llega al 45%. Este dato es una muestra más de el carácter menos trascendente y más reversible que dan las personas a la formación de una pareja.

La otra razón, la de la equiparación casi total del acceso de la mujer a la vida profesional y laboral ha significado un incremento notable de su capacidad de decidir. Una mujer ya no necesita la pertenencia a un matrimonio para vivir, como nunca la necesitó un hombre. Pero sorprendentemente, y en contra de estas expectativas sólidamente fundamentadas y avaladas por los datos que mostraron que efectivamente las separaciones iban en aumento, los investigadores comprobaron que en los últimos 4 años la tendencia se revirtió(!) La tasa de separaciones comenzó a decrecer según cifras del Consejo General del Poder Judicial. Esto es un hecho.

Otra cuestión es formular una hipótesis sobre la causa. No parece aventurado achacar ese giro sorprendente a la crisis económica. De hecho las fechas coinciden. Resulta que más allá del sufrimiento y el coste emocional de una ruptura, separarse es caro. ¡Carísimo! Además de los gastos económicos de pleitear cuando no hay común acuerdo, supone una inversión en otra vivienda, y un aumento o duplicación de infinidad de gastos de intendencia. Información que se recoge en las consultas psicológicas demuestra que muchas personas desisten de separarse por el nivel de deterioro que implicará para su calidad de vida. La consecuencia suele ser acuerdos precarios de convivencia y resignación, al menos para el miembro de la pareja que querría romper el vínculo. El amor nunca es simétrico y el desamor tampoco lo es. La precariedad de estos apaños radica en que se trata de un equilibrio inestable descompensado frecuentemente por lo confuso de la situación y las fronteras borrosas de una intimidad ambigua. Esto lleva a enfrentamientos o intentos forzados de reencuentro que a veces se resuelven en una terapia de pareja.

Así como el Sida supuso un freno a la liberación sexual que caracteriza el recuerdo de los años 60, el cambio económico representa un nuevo cepo a la libertad de decisión de hombres y mujeres en una sociedad que, paradójicamente, es cada vez más liberal. Por lo tanto está claro que el modelo de pareja y familia está en un proceso de transformación, aunque anticipar hacia donde se dirige es técnicamente imposible. Hoy por hoy, este sorprendente cambio de tendencia y sus posibles causas suponen una escena extrema. La obligación de amar.

*Psicólogo clínico