Ignacio González es el presidente de la Comunidad de Madrid. Llegó al cargo por la dimisión de Esperanza Aguirre al modo en el que Ana Botella es alcaldesa por obra y gracia de la dimisión del actual ministro de Justicia. Cuando corre el escalafón, todo el mundo se beneficia un poquito, todo el mundo menos el contribuyente, cuyo voto se deprecia cada día más que los valores de la Bolsa. Un voto, hoy, no vale nada. Diez millones de votos son en consecuencia diez millones de nada. Por eso se puede hacer con ellos todo lo que en la campaña se negó airadamente que se haría. El caso es que Ignacio González acaba de implantar en la comunidad de la que es propietario, más que presidente, el cobro de un euro por receta, algo de lo que su predecesora y el PP renegaron porque les parecía inmoral. He ahí otro incumplimiento. No importa, estamos acostumbrados, forma parte de las reglas del juego. Castiguemos a los ancianos, a los enfermos crónicos, a los parados, a los sectores, en fin, más desfavorecidos al objeto de continuar incumpliendo el programa.

Y bien, ahí lo tenemos, un euro por receta. Ignacio González, el fiel sucesor de quien criticó esa medida cuando fue tomada en Cataluña, convoca una rueda de prensa y ¿cómo creen ustedes que justifica esta marcha atrás? Pues asegurando con toda la cara que no se trata de una medida de orden recaudatorio. Va a recaudar, sí, y, según los cálculos, muchos millones de euros, pero en contra de su voluntad. Viene a decir González que le fastidia ganar dinero de este modo, abusando de las personas débiles, pero la recaudación, añade, es un efecto colateral de recaudar. Si recaudas, recaudas, aunque no esté en tu voluntad recaudar. Se trata de un pensamiento (un contrapensamiento más bien) difícil de seguir, pero de eso se trata, de volvernos locos. Hace ya tiempo que solo empleamos el lenguaje para esto.

El asunto se parece al invento de los hospitales públicos de gestión privada. Si la expresión no les parece un sindiós, denle la vuelta. Imagínense, no sé, un Corte Inglés privado de gestión pública. ¿Sería posible? ¿Imaginan a Isidoro Álvarez inaugurando otra tienda en Madrid y entregando luego su gestión a Ana Botella? Pues no, porque es ilógico. Tan ilógico como lo anterior.